domingo, 21 de marzo de 2010

Life inside the Matrix

[Morfeus a Neo cuando despierta de la Matriz: "Te duelen los ojos... porque nunca has podido ver..."]


[El texto a continuación presenta una descarnada crítica al "sistema" y una propuesta interesante de hacer política. Ha sido editado desarrapadamente por mí, sin embargo, es idea original de Arnoldo Arias, idea que se conserva íntegramente. Lo comparto reservándome mi opinión, para no entintar el escrito con el color de mis venas.

A unos les parecerá asertivo, a otros, paranoico. Lo cierto es que es una subjetividad entre otras tantas subjetividades; that’s democracy.

Before read it, recomiendo la filmografía:
- Matrix, Matrix Reloaded, Matrix Revolutions
- La naranja mecánica
- The Truman show]

El sistema

La verdad tiene forma de ficción. Sí, claramente tiene forma de ficción, pues en esta época aquello que informa y forma la conciencia y el subconsciente de los ciudadanos está conformado, entre otras cosas, por los MASS MEDIA (medios de comunicación masivos) y las ficciones de spots, teleseries, films y programas de variopinta. No se extrañe, piense: los medios de comunicación de hoy han logrado asociar el consumo con la felicidad, incluso con el amor.
La ciudadanía no es un ente puro, sino más bien un ente formado por el poder, poder que viene principalmente del estado y sus aparatos ideológicos (léase familia, medios de comunicación, escuelas, tribunales, partidos, etc.) y sus aparatos represivos (principalmente policía y ejército).

We live inside the Matrix; nuestro encuentro con lo real es imposible. Nuestra estructura mental está limitada. Let's see.
El psicoanalista Jacques Lacan descubre, en la década del '40, el que llama Estadio del Espejo. Todo niño frente a un espejo, antes de los 6 u 8 meses no ve su imagen, toca el espejo, lo golpea, pero no se reconoce en él. Sólo después que la madre, y después el medio social, le dice quién es y qué partes de su cuerpo le pertenecen, recién ahí el infante (in-fant, el que no habla) se reconoce como sujeto. Esto ya plantea un límite o falta clave en la vida de todo ser parlante. Soy lo que otro dice que soy. Y por si esto fuera poco, hay que decir que muchas veces lo deseos de los bebés en realidad son deseos y sensaciones de la madre proyectados en él. La madre adivina lo que siente el bebé a partir de lo que ella siente. Además, el infante siempre se relaciona no con otro real, sino con lo que simboliza para él.
No olvidemos, tampoco, que a todo sujeto se le impone un lenguaje que no eligió, lenguaje cuyas muchas palabras están definidas por el sistema ideológico, político y económico imperante. La palabra significa esto y no otra cosa, pero como muy bien saben los poetas una palabra puede significar miles de metáforas. Esto también nos marca, ya que si el infante no aprende el lenguaje oficial (los gestos también son un tipo de lenguaje en el caso de los mudos), sus posibilidades de sobrevivencia son ínfimas. Pero el punto más crítico de nuestra relación con el lenguaje se da en que éste, aparte de ser algo impuesto (para decirlo más directamente hablo de dictadura del lenguaje), reemplaza la palabra por la cosa, haciéndonos pensar que eso es una mesa, y sólo una mesa, cuando puede llamarse de cualquier otro modo. Pregunta: ¿por qué se impone un palabra ante otras?, ¿por qué se impone un tipo de personalidad ente otra, llamándola normal y a las otras anormales?, ¿por qué se impone una idea política ante otra?, ¿por qué se impone una forma de educación ante otra?, ¿por qué se impone un tipo de sistema económico ante otro?, ¿por qué se impone una visión de la sociedad y no otra?, ¿quién margina?, ¿qué oculto poder decide finalmente nuestros discursos políticos o afectivos?.
El nazismo, por ejemplo, nos da fiel cuanta de cómo, utilizando el marketing (inventado por ellos mismos), una ideología perversa pudo convencer a la mayoría de los ciudadanos alemanes (excepto judíos, comunistas y otras minorías) de sentir orgullo ante la swastika nazi.

El sistema en el que vivimos sigue una psicología conductista. Pretende crear un sujeto que funcione bien y calce perfectamente dentro él, en nuestro caso dentro del sistema del libre mercado, aunque se puede aplicar dentro de cualquier sistema político, de izquierda o derecha, con mucho éxito. El conductismo sigue la tesis del fisiólogo ruso Iván Pavlov; premiar la conducta que se desea imponer y castigar aquella que se requiere desterrar. Demás está decir que con premios y castigos es posible formar cualquier tipo de sujeto. No interesa la individualidad, sólo se “crean” o moldean personalidades que sirvan al sistema. Se puede apreciar esta corriente en la cinta La Naranja Mecánica, cuyo protagonista pasa desde ser un frío delincuente violador para transformarse en una tierna y dócil ovejita, todo merced a un constante adiestramiento en que la música de Beethoven juega el papel de electroshock de displacer. Así también un dictador, o ni siquiera ese extremo, cualquiera que detente el poder, usando los premios y castigos adecuados, puede formar el tipo de ciudadano que le dé gusto y gana. Cero crítica al poder, cero respeto por la diversidad.
Nada es al azar dentro del sistema. Todo está pensado para controlar a los ciudadanos. Desde la planificación de las ciudades, con calles y edificios que dan la impresión de constante encierro, hasta las experiencias de la infancia (recordar el imprinting: toda experiencia anterior a los tres años jamás se borra).
Pero, ¿hasta dónde llegan los hilos del poder?, ¿cómo nos afectan?, ¿qué espacios internos y externos de libertad personal son los que cedemos en pos de un ideario político-social?

El poder

El poder en las sociedades modernas tiene un origen bastante claro: La Edad Media, época en que las tecnologías pastorales de las almas, a través de la confesión y la dirección de conciencia, intentaban dirigir el pensamiento y la conducta de los fieles. Con la llegada de la Reforma Lutero impone, no sin las correspondientes persecuciones del poder, y gracias a la protección de los príncipes alemanes, la tesis del “Libre examen de la Escrituras”. Concepto que provoca un vuelco en la historia, ya que se acepta, por primera vez el estudio personal de los textos sagrados, sin mediar la interpretación del poder papal. Esto fue el centro de la Reforma: trasladar el poder de la iglesia al individuo. Sin embargo, finalmente el protestantismo terminó también transformándose en una máquina de poder, repitiendo las persecuciones y quemas de herejes que tanto había denostado. El caso de Calvino, como regente de Ginebra y su orden asesinar a Servet es muy paradigmático.

Con la llegada del Iluminismo y la modernidad en el siglo XVIII hay un giro en la idea de poder. Hasta la rodada de cabeza de Luis XVI el poder lo ejercía el soberano, el rey, quien se consideraba un ente externo al pueblo, y al cual servían una pléyade de cortesanos que tenían por misión proteger el poder del rey imponiéndolo principalmente sobre espacios territoriales. Para esto se usaba como instrumentos preferentes la espada y la tortura pública. El rey tenía en su poder la vida y la muerte, y toda cabeza estaba a su disposición.

Con la caída de las monarquías europeas, a partir de la Revolución Francesa, nace toda una literatura destinada a trasladar el poder al ámbito político. El poder ya no tendrá como objetivo la muerte o tortura del opositor, sino más bien el gobierno de la vida de las poblaciones. Nace de esta forma lo que se ha dado en llamar Biopoder. El objetivo principal del nuevo uso del poder en la modernidad es el gobierno de los cuerpos. Esto comienza en el siglo XVII con la invención del hospital y la policía.

El hospital nace en Francia y en su origen tiene como objetivo el internamiento de los delincuentes, locos, vagos y enfermos. El hospital en su origen no tiene el objetivo de curar, sino de encarcelar, aislar, vigilar, a los elementos considerados anormales dentro de la sociedad. Allí también caían, por supuesto, los que no seguían la moralidad en boga. Debido al avance posterior del mercantilismo, y la necesidad de contar con cuerpos para el trabajo en las fábricas, saldrán de allí muchos considerados mano de obra útil para incorporarse al avance del naciente capitalismo. Pero ya queda incorporado y aceptado en la conciencia social la idea de excluir a los que no participan del ideario político o moral instalado por el poder en la sociedad.
En el caso de la policía, debemos aclarar que en su origen esta no fue una fuerza armada. El nombre policía, y así aparece en los textos de administración, se dio en el principio a un grupo de funcionarios públicos que tenían la misión de administrar hasta el detalle al cuerpo social. Sólo mucho más adelante este término se aplicó a un grupo armado creado desde el Estado como protector de la ley en la sociedad.
Lo que se destaca con la creación de estos dos ingenios es la idea de gobernar ya no sólo un territorio, ni siquiera el movimiento de gentes, sino el comportamiento mismo de las personas. La política poco a poco se irá convirtiendo en una tecnología ideológica que usa el aparato administrativo para imponerse en la sociedad.

Factor importante en el cual se centra la tecnología del poder es la familia y dentro de ella especialmente la madre, pues con el ascenso del Mercantilismo (hoy conocido como Mercado), se busca incorporar rápidamente a la mujer en el sistema, en la medida en que es el agente principal de la compra. Se hará indispensable administrar desde el poder político el grupo familiar, afirmando la higiene en la familia burguesa y la vigilancia en la familia proletaria. Es necesario que la clase alta se inserte, participe y ascienda aún más socialmente, para ello se le asigna a la madre una serie de tareas higiénicas y educativas. En cambio en la clase popular el poder impondrá a la madre la tarea de vigilar, aislar y proteger a los hijos de los peligros del medio ambiente, esto con el objetivo de evitar el desarrollo de un pensamiento reflexivo respecto a lo social en los estratos con tendencia al resentimiento. Pero cualquiera sea el tipo de familia, desde el estado se desarrolla un tipo de vivienda familiar que aísle a sus componentes y que al mismo tiempo permita tenerlos vigilados. De ahí la férrea división de las piezas con sus lugares de encuentro y conversación en las casas de hoy.
Semejante labor, sin embargo, es imposible de llevar a cabo de manera íntegra por la madre, principal educadora de los hijos, es por eso que la escuela comienza a verse como la alternativa más idónea para la imposición de la ideología de clase en la sociedad. La creación de la escuela se presenta como ayuda a los posibles vacíos que pueda tener la educación del niño en el hogar. Es por eso que se estructura ella misma como un sistema que evite la libertad de pensamiento, con programas evacuados desde las alturas del poder político, espacios diferenciados por niveles para que no haya intercambio de experiencias y organización del tiempo para que no se dé lugar al ocio, pues el tiempo libre se podría utilizar para “reflexionar” sobre el lugar en que uno se haya instalado. Junto a esto se crea una compleja red para reinsertar y castigar a los desertores escolares y se promueven políticas destinadas a quitar a los padres a los hijos desde la más tierna edad para su incorporación al sistema de salas cunas. Todo lo cual tiene como corolario el continuo aumento de la jornada escolar, a objeto de llenar cualquier espacio de libertad, ya no solo de pensar, sino también de actuar. Todos sabemos que la adolescencia es un período complicado, pues allí se estructura en gran medida la personalidad del futuro adulto. Qué mejor entonces que el sujeto pase vigilado y examinado la mayor parte del tiempo que cubre el paso por esa edad. Así, se saca al rebelde de las calles, se le mantiene lejos de los centros de poder y se le adoctrina social, política y moralmente.

Pero el poder debe ampliar aún más sus extensas cuerdas en las grandes poblaciones, pues debido a la creación de las fábricas, después de la invención de la máquina a vapor y la posterior Revolución Industrial, las masas campesinas emigran del campo a la ciudad, comenzando a formar las primeras urbes como las conocemos hoy. Para tratar con ese conglomerado, inmanejable con el reducido número de funcionarios del estado, se crea la estadística, que tendrá como objetivo conocer cantidades y características de los habitantes de las ciudades, a objeto de tenerlos vigilados en sus intereses y deseos. Además, la estadística tiene la ventaja de tratar con números y no con personas, de esta forma se evita que el factor emocional o el lazo social interfiera en la realización de las políticas públicas. De nuevo el nazismo tuvo mucho que “enseñar” a las generaciones actuales, pues fue el primero que utilizó la estadística a gran escala, a objeto de tener claridad en cuanto al número de unidades trasladadas al campo de batalla o al campo de concentración.

Alguien dijo que la política es lo mismo que la guerra, sólo que llevada por otros medios, y si somos sinceros vemos claramente que las mismas fuerzas se han enfrentado siempre en la historia de la humanidad, los que tienen el poder contra aquellos que no lo tienen, pero desean tenerlo. Carreristas y O’Higginistas reaparecen continuamente en la historia de Chile. Es esto lo que ha permitido que esta tecnología se haya ido perfeccionando hasta lo inimaginable. En efecto, el último eslabón de la cadena es la invención de la cárcel y la incorporación de la medicina al mercado.

La cárcel, como centro de reclusión, constituye una versión microfísica de la sociedad. En ella se contemplan todos los mecanismos que, suavizados, se incorporan en la sociedad. Distribución de horarios, cámaras de vigilancia, examen psicológico a los presos, dirección de los comportamientos. No obstante lo anterior, demás está decir que la prisión no ha constituido un mecanismo de readaptación al sistema más que en una ínfima parte. Esto me hace preguntar cuál es el verdadero objetivo de las prisiones. Michel Foucault, en su libro Vigilar y castigar, nos disipa la duda. El delincuente no tiene escapatoria. Si se readapta queda atrapado en la red del control político y económico de la sociedad. Y si no se reconvierte, queda a merced del control policial. Esta segunda alternativa es la que se da con muchísima mayor frecuencia en todas las cárceles del mundo, porque, como dice Foucault, el objetivo final de las prisiones es el perfeccionamiento del delincuente a objeto de dejarlo nuevamente libre dentro del sistema, cuestión que permite justificar (en el momento en que escribo este texto no puedo evitar recordar la cinta “Hijos de la Calle”, que relata la trágica transformación de cuatro niños ingresados a un reformatorio norteamericano) el imponente desembolso de recursos por parte del Estado para mantener un ejército policial de vigilancia en la ciudad.

Pero esto no basta para el ejercicio de la gubernamentabilidad, es necesario centrar el poder ya no sólo en el cuerpo, sino en las almas, como en la Edad Media lo hacía el confesor. Para este efecto el hospital, en la modernidad, incorpora todas las técnicas provenientes del ejército y la escuela a objeto de reencausar la conducta de los pacientes hacia los destinos propiciados por el sistema político. El hospital actual no sólo cura; enseña, registra conductas, separa sujetos, distribuye destacamentos de enfermos y por sobre todo incorpora, con todas las prerrogativas de las demás disciplinas de salud, la psiquiatría, destinada a dirigir los comportamientos de todos aquellos considerados fuerza improductiva dentro del sistema.
Pero, ¿quién decide lo que es normal o anormal dentro del sistema? La respuesta es obvia, el mismo poder político cuyo último brazo se encuentra representado por la medicina que hoy se ha convertido en un centro más de distribución de los productos que las empresas farmacéuticas incorporan al mercado.

Así unimos política, medicina y mercado, unión que sin darnos cuenta coopta la precaria libertad de los sujetos. Pero, ¿por qué dice eso?, yo soy libre de hacer lo que quiera, dice el ciudadano medio. Sí, somos libres, es cierto, pero siempre y cuando nuestra libertad sea para consumir. Tenemos libertad es cierto, pero sólo para elegir entre los distintos artículos que se ponen a circular dentro del mercado. Así nuestra libertad queda esclava, pues se da sólo si aceptamos vender nuestra fuerza de trabajo al sistema económico, para así sumarnos a la danza del consumo.

Los vicios del poder

Nunca se está fuera de una ideología, así como el protagonista de Matrix nunca se encuentra fuera de la Matriz. Parece obvio que si un sujeto se siente libre, o postula una emancipación de la sociedad, lo primero que debe hacer es no tragarse cualquier sistema que se le ofrece. Lo mínimo, tal vez, sería conocer el origen y cosmovisión del grupo a quien le estoy dando poder sobre mí.

Los marcos ideológicos tienen una capacidad que pocas tecnologías poseen, la capacidad de dar explicación a todos los componentes de la realidad. Es así como las religiones han funcionado, en ellas hasta la más pequeña hoja de un árbol tiene una explicación dentro del sistema (por ejemplo: todo es creación de Dios). De la misma forma han actuado los partidos políticos tradicionales, poniéndose, en primer lugar, como centro superior de la realidad para, a partir de allí, dar una explicación de todo lo que es marginal o excéntrico. Si no hubiese sido por la caída de los socialismos reales el año '89, y la caída de las Torres Gemelas el año 2001, todavía estaríamos pensando que sistemas ideológicos cerrados, como el socialismo y el capitalismo, por el hecho de dar una explicación racional de la realidad, pueden llegar a ser inexpugnables; no hay tal. Hoy, y desde Hiroshima y Nagasaky, estamos viendo cómo los sujetos descreen más y más en la razón como mecanismo para lograr el progreso. En efecto, en la modernidad creíamos que la razón, la articulación lógica de la realidad, podía llevarnos a una especie de Happy End generalizado. Sin embargo, hoy vemos que esa misma tecnología fría, anónima y racional, nos ha estado llevando poco a poco a la negación del otro de carne y hueso y a las catástrofes ecológicas y planetarias que todos conocemos.

El mundo de hoy no es el de antaño; cambió. Esto se huele, se siente, es como algo que flota en el ambiente; las nuevas generaciones ya no vibran con las banderas ideológicas, incluso la ética ha llegado a ser light (sigo tal o cual principio moral siempre y cuando no afecte mis intereses), ya nadie, o casi nadie, sigue un valor hasta la muerte. Los medios de comunicación ya dejaron de retratar o informar sobre la realidad; ahora la transforman, a través de programas destinados a crear impacto o cambio social. Las máquinas dejaron de ser frías y anónimas, y hoy asistimos al advenimiento de las máquinas eróticas. La idea de revolución ya pocos la defienden, puesto que muchos se han dado cuenta que el capitalismo tiene tal capacidad de mutación, que se traga todas las críticas y las incorpora a sus mecanismos. Aún más, pareciera que hoy en día, el mercado estuviera esperando a que lo criticaran para conocer dónde está el enemigo y qué piensa, a objeto de crearle un lugar dentro de su sistema (así nacieron las ONGs y la multitud de dineros a los que pueden postular grupos que antes solo se contentaban con ser contestatarios, me refiero a los grafiteros, grupos culturales, etc.).

Por otra parte, hoy la política ha devenido cada vez más en publicidad y marketing, o en luchas sectoriales como las reivindicaciones ecológicas, sexuales, indígenas, culturales, etc. Pareciera que ya nadie se atreve a discutir la ideología económica que articula la sociedad. Pero es obvio que cuando el FMI (Fondo Monetario Internacional) presta dinero, lo hace a partir de una ideología clara y precisa. La economía ha devenido en una ciencia neutra, y las palabras de los economistas parecen la palabra de un ente trascendente que mira desde una lejana pureza ideológica la realidad. Sin embargo es obvio que la economía para ser tal, primero debe tener una visión del hombre y luego de la sociedad. El capitalismo creo un nuevo tipo de hombre, el “homo economicus”; tanto tienes, tanto vales. Los economistas no mencionan la palabra ética en sus discursos, pues parece todo se vale con tal de poseer. Pero a pesar de que conseguimos cierto bienestar y comodidades, tarde o temprano nos asalta el rostro imbatible de nuestra precariedad, enfermedades, muertes, separaciones, pérdidas, malos entendidos, traiciones, etc. Creo que el error de la economía y también de los partidos políticos, y eso explica muchas de sus prácticas, es intentar definir la realidad en un marco ideológico cerrado, cuando la realidad se define más por su falta que por su contenido.

No existe ningún sistema político que haya perdurado en el poder. Lo extraño es que cada uno de ellos se coloca como el eterno y único representante del pueblo, la patria o los ciudadanos, como la real solución a los problemas sociales, esto al menos hasta que logra acceder al poder. “El poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente”, dice un antiguo refrán de la ciencia política. Los partidos pasan por ciclos, todos han pasado por etapas semejantes. Un grupo se siente más puro que otro, se separa de su origen y funda una nueva colectividad bajo la consigna de no cometer los mismos errores que sus progenitores ideológicos. Sin embargo, tarde o temprano afloran las divisiones, las pugnas por el poder y, por supuesto, el deseo de eternizarse a como dé lugar en el sitio de poder al que se ha llegado. Así la lucha por los ideales de libertad e igualdad social terminan convirtiéndose en la defensa del lugar en el que el poder los ha instalado.

Antes de querer acceder al poder, creo, debe ejercerse una crítica tenaz, profunda y total, a lo que ha significado el uso del poder en la política a lo largo de la historia. Sin esta crítica al poder, pienso, se llegará tarde o temprano al mismo punto en que nos deja el sistema político actual. El poder tiene un objetivo claro: vigilar y castigar. Así está armado el estado, por eso se llena a los ciudadanos de encuestas por todos lados. Se desea conocer hasta nuestros pensamientos, con el objetivo de controlarlos. The Truman Show relató muy bien este hecho. El protagonista no sabe que ha sido incorporado a un reality desde su nacimiento por una transnacional de las comunicaciones, no sabe que el poder lo maneja y vigila, pero aún así se siente libre de amar y procrear. Neo en Matrix, sufre un colapso cuando Morfeus le revela que ha vivido en un sueño virtual administrado por un programa de computación. ¿Qué es real?, pregunta Morfeus a Neo, ¿Qué es realmente la democracia?, pregunto yo.

La democracia

Un signo actual de los tiempos es el descreimiento general en el sistema democrático; los partidos están en desprestigio, a los jóvenes no les interesa la política. Creo que esta visión pesimista del sistema político irá cada vez más en aumento si es que no reformulamos, desde su raíz, nuestra visión (como sociedad) de la democracia, entendida no como la irrupción de un significante-partido único que coloca a todo el resto como marginal (como hasta hoy), sino entendiéndola como un significante vacío, al cual todos pueden acceder y que por tanto siempre está en riesgo. Creo que el mejor antídoto contra los excesos y delirios del poder se encuentra en la noción de que el poder se ejerce para perderlo. [Hasta hoy en la realidad social chilena, ha existido un significante único, apreciable en la homogeneidad política, cultural, sexual y hasta étnica de nuestro país; no se da espacio a la diversidad.]

¿Por qué hablo de significante vacío? En primer lugar, porque estoy tratando de articular un discurso político que sea un antídoto contra el dogmatismo, contra la idea de pensar que si yo y mi grupo no accede al poder, Chile perderá o retrocederá o estará al borde del precipicio. Para mí (estas notas tienen la intención única de sincerar mi subjetividad ante otras subjetividades), el debate ya no debe centrarse en la dicotomía socialismo o mercado, izquierda o derecha, sino más bien entre democracia o totalitarismo. Lo que me interesa es reflexionar respecto a alguna idea, huella o señal que me permita poner freno a los esquemas totalizantes de la sociedad chilena. Algunos han llamado a este punto de vista Democracia Posmoderna o Democracia Plural, pero el nombre en realidad no interesa mucho, lo que interesa es la pregunta de Morfeus: “¿Qué real?” Y lo real de la democracia, me parece a mí, es que constituye una falta, un hueco, que no tiene significante definido, nunca lo ha tenido y nunca lo tendrá, porque es el hombre mismo el sujeto de esa falta, un hombre que es precario, que no puede controlar todo los imponderables que le aparecen por el camino, un hombre que en su centro es habitado por el lenguaje, lenguaje que lo saca de la naturaleza real y le hace reemplazar el mundo por palabras. Aquí se produce el vacío, esto explica nuestra precariedad. Los animales no necesitan aprender un lenguaje, el instinto les dice como actuar. A nosotros en cambio se nos pone esta camisa de fuerza que nos hace imposible actuar si no dominamos los cierres y candados del lenguaje. Nadie nace con un lenguaje, este lo adquirimos de nuestros padres, de nuestra madre en primer lugar, y luego del sistema cultural que nos ha tocado en suerte. Pero como un eterno retorno, tendría que decir que a su vez el lenguaje de nuestros padres ha sido dado por el sistema cultural, así se produce la retroalimentación. Volvemos eternamente a la corrupción, al clientelismo, a las prácticas rastreras o autoritarias, porque nunca nos hemos dado el tiempo ni dedicado el esfuerzo para analizar aquellas palabras que circundan la política y que asumimos sin más: poder, igualdad, libertad, democracia, etc.

Cómo se ve, la palabra es importante en todo lo que trato de decir. Sin palabras, sin lenguaje, no hay política, el problema es que el lenguaje reemplaza a las cosas, a la realidad. El lenguaje me ha quitado la realidad para siempre en la medida que es arbitrario, el lenguaje no es mío, ya estaba antes (¿soy libre para pensar cuando pienso con un lenguaje que no es mío?, me pregunto), el lenguaje en la era de la técnica ha incorporado muchas palabras que uso, pero cuyo origen desconozco totalmente. ¿Soy lo que quiero ser o soy lo que quisieron que fuera? El lenguaje me forma y me hace hablar, por el lenguaje ingreso a un partido o un movimiento, por el lenguaje voy a la seducción y la conquista, por el lenguaje entro en el sistema educativo, por el dominio de este lenguaje recibo premios o reprimendas. Neo, como míster Truman, descubren finalmente que toda su conducta y sus proyectos han sido constituidos por un gran otro llamado Matrix.

¿Cuándo noto que la democracia es un vacío? En las elecciones, en ese pequeño y fugaz momento en que nadie es dueño del poder. Ese momento indecible, en donde no sabemos quién manda. ¿Quién manda realmente cuando Pinochet le pasa la piocha de O´Higgins a Aylwin? Es ese momento indecible el que me interesa, ese momento que yo no puedo definir, el traspaso de un significante a otro requiere que haya entre ellos un vacío, de lo contrario sería imposible la distinción entre el antiguo y el nuevo poder. El error de la política chilena tradicional, me parece a mí, es el acceso al poder con delirios de universalidad. Pensando que ellos, y no otros, son los auténticos representantes de la ciudadanía, del proletariado, de la clase media, los pobres, los grupos marginados, etc. Sólo cuando se pierde una elección el sujeto político con su partido se da cuenta de lo que es, una ínfima particularidad.
Este deseo de ser el centro de todo parece ser algo inherente al ser humano. Necesitamos que nuestras convicciones sean aceptadas por el mayor número posible, necesitamos que el otro nos tome en cuenta. Nuestros diálogos en realidad son en sí una batalla por el poder, donde alguien lucha por imponer su convicción. La diferencia, creo yo, se encuentra cuando esa convicción es conciente de su precariedad o cuando, efectivamente, se asume como la única y verdadera visión de lo real. Entonces, llego a la conclusión, que ese vacío en la democracia, es verdaderamente su condición de posibilidad.

La propuesta

Propongo, entonces, una política discursiva, una política que logre la articulación hegemónica a partir de distintas tendencias, de voluntades distintas, voluntades que luchan incansablemente por la hegemonía, por llenar ese “vacío”; la democracia.
Propongo aprender a tolerar a la precaria y a veces patética humanidad. Somos humanos, y a veces demasiado humanos.
Propongo tomarnos un tiempo para conocer cómo nos maneja el poder, cuáles son los límites que nos impone y cuáles son las posibilidades de traspasar esos límites. Mientras no tengamos claras nuestras limitaciones seguiremos creando castillos de libertad, igualdad y fraternidad, cuando lo que en realidad queremos es tener poder para controlar, vigilar, despilfarrar y marginar al diferente. Si no somos capaces de crear ya no significantes únicos, sino significantes, por llamarlos así, flotantes, en política, siempre el espectro de las prácticas anulantes y las maquinas de exterminio estarán a la vuelta de la esquina, en medio de nuestros diálogos, a veces de manera vedada o mostrando su fría crueldad.
Propongo entender la democracia y la lucha de poder como la contienda entre adversarios equivalentes en relación al significante vacío del concepto democracia, diferentes en relación a ellos mismos.
La lucha ideal por el poder debería, a mí parecer, aspirar a un poder en medio de las aguas, el que, lejos de ser evanescente, en cualquier momento se puede hundir (esto no es dañino para nadie pues implica que otras subjetividades, marginadas hasta el momento, han tenido mayor capacidad de articulación que las propias).
Sin cambio, no hay renovación. Sin una visión nueva del hecho político, del poder, de la democracia, etc., estaremos siempre condenados a repetir la historia de los partidos y conglomerados que al final de sus días y sólo cuando pierden en las urnas, se miran al espejo para darse cuenta que no son nada más que una voz entre la multitud de voces, una voz no mejor, ni peor, una voz equivalente a las otras, una voz que sencillamente está de paso por el poder, de paso por el poder para finalmente dejarlo en manos del que estaba marginado.

1 comentario:

Carla Coronado dijo...

[Cómo el texto no es mío, comento el escrito desde mi punto de vista.]

Interesante. A veces me parece que Arnoldo tiene razón, que en esta sociedad nada es casualidad, que todo está diseñado por una elite diminuta de poderosos, cuyo único interés es poder y más poder.

Otras, sin embargo, deseo creer que este mundo tiene un corazón bueno, que todo lo malo ha sido casualidad... que hay pocos egoístas, pero que el bien, sin duda, triunfará. A lo mejor, quiero creer, sólo han sido unos pocos los perversos; la mayoría ha hecho lo que mejor le ha parecido por el bien de los demás.