viernes, 12 de marzo de 2010

2702

[Como intentando retener en la memoria cada momento de lo vivido el 2702 y los días venideros, estampo estas líneas en el trozo de papel virtual que siempre está dispuesto a escuchar.]




Carla Coronado Leiva, Crónica de un terremoto

Son las 3:35 del sábado 27 de febrero de 2010. Despierto atontada, en la oscuridad. Despierto de mi sueño profundo. Y me levanto y camino unos pasos, hasta donde puedo, sin ojitos. No puedo seguir. Entonces, como quién toma el rol que le corresponde en una obra de teatro, asimilo lo que pasa. El ruido es ensordecedor, todo cae, todo se mueve, es horrible. Estoy sola, sola en esa inmensa oscuridad. Y grito, Álvaro no responde. No sé en qué momento se detendrá; si lo hará antes o después que la casa caiga. El miedo es enorme, no me suelta, no me deja ser.

Entonces me responde, como si el metro y medio, y la pared que nos separan se hubiese amplificado infinitamente. La voz se oye como de ultratumba. Está bien, vive.

Quiero salir de ahí, tengo miedo. Como puedo busco mis zapatos, no se puede pasar ni pisar; todo son muebles, todo vidrios. Bajamos como podemos. Salimos. Somos los primeros. Ya he intentado llamar a mi Marce, y a mi padre. Nada. Afuera todos locos, todos se van. Nosotros nos quedamos.

La desesperación y la incertidumbre nos desgarran el alma. No sé cómo están los queridos, nadie sabe nada. De pronto una radio. No hay tsunami, menos mal.

Entonces esperamos que la oscuridad mengüe. En el auto, nos cobijamos como podemos. Un par de vecinos aguardan a los suyos con nosotros. Son minutos eternos, los más eternos y horribles de este mundo.

No hay agua, no hay luz, no hay comunicaciones.

Se cayeron puentes, edificios, pasos. Se inhabilitaron carreteras, cayeron casas.

Ya amaneció. Gonzalo no ha llegado, suponemos está bien. Vamos por mi tía Gloria, a su edificio. El caos está desatado. Mucha gente por las calles, en pijama, en carpa. Muchos robando. La tensión en el ambiente es horrible.

Logramos subir a tientas, estaba encerrada. Volvemos a casa. Gonzalo está bien. La espera continúa.

No hay ningún tipo de comunicación, la desesperación aumenta. La gente está desorientada, nosotros en vilo.

Tsunami en las costas de la séptima región. Al oeste de Cauquenes, estaban allí. Tenemos miedo, pero estamos seguros.

Talca está abajo, mi Talca querido.

Las horas son eternas, continuamos sin saber nada, sin comer nada. La radio funciona, informa.

A las 18:30 salgo afuera. Tengo rabia. Todas las familias están juntas, nosotros no. Y llegan, por fin. Se salvaron de milagro.

En Loanco no quedó nada, la caleta desapareció. No hubo muertos; hubo llanto y rechinar de dientes.

Ha sido terremoto 8.8 Richter, y ha habido un posterior maremoto. Mucha gente ha muerto, tal vez mil. Las regiones del Maule y del Biobío son las más afectadas, a pesar de que también hay problemas en la quinta, la sexta y la metropolitana. Se sintió en todo Chile.

No sé nada de Marcelo, pero sé que está bien, no sé cómo. Estoy mejor, ya puedo existir.

Es de noche. Se desatan los asaltos. El pánico se expande.

Es domingo. Deseo ir a verle. Quiero ir en bici. No se puede. Sólo queda esperar.

Vamos por agua a la laguna.

Entonces llega. Viene por mí, a verme, a saber que estoy bien. Es mi amado, el que fue destinado en el principio para ser mi esposo, no hay duda.

Cocinamos en la parrilla, con los palitos que encontramos.

Debe volver.

Los asaltos se descontrolan. Han saqueado todo, han quemado y robado. La policia nada puede hacer. Las autoridades reclaman por militares. No hay llegado, ¿dónde están?

Imponen toque de queda, no sirve de nada.

Es de noche otra vez. Tenemos miedo. Dicen que vienen, hablan del lumpen, de las ordas, del pillaje, de la turba. Dicen que violarán a las mujeres, que robarán todo. Los hombres hacen turnos, defienden lo nuestro. Se escuchan tiroteos. La desesperación crece, todo es horrible.

Ya es lunes.

Se piden más militares. Ya son casi 10.000. Todo anda mejor, al menos un tanto. Bomberos y otros servicios exigen resguardo militar para trabajar.

No hay comida, ni agua potable, ni energía elétrica, ni gas, ni bencina. Cada uno se las arregla como puede, con lo que tiene. Los vecinos se ayudan.

Se han robado camiones aljibe, incluso han asaltado y quemado todos los Blockbuster.

Es martes y ya tenemos agua potable. Está turbia, pero somos privilegiados y lo sabemos. Las Municipalidades reparten agua para quienes no tienen, las filas para conseguirla son interminables en toda la intercomuna.

Miércoles. Con Álvaro venimos de Conce a pie por Pedro Aguirre Cerda cuando se da la segunda alerta de tsunami. El caos y la desesperación es total. Me siento abandonada, sola, sin saber qué hacer, otra vez.

Decidimos regresar a casa. Mal hecho.

Era falsa, menos mal.

Ya no puedo escuchar ningún ruido fuerte sin alarmarme, mucho menos una sirena.

El jueves nos llega la energía eléctrica, ¡menos mal! Ya puedo comunicarme con Marcelo, y tengo acceso a internet.

El viernes mi padre improvisa una antena. Podemos ver televisión.

Todo es horrible. De las caletas no queda nada. Hablo de Iloca, Boyeruca, Loanco. Chanco, Constitución, Pelluhue, Curanipe, Llico, están devastadas. El casco viejo de Talca se vino a bajo, todo el centro también. La región del Biobío sufre, Dichato, Talcahuano y toda la provincia de Arauco sin esperanza.

Es sábado y se realiza una Teletón Nacional: Chile ayuda a Chile. Se recaudaron $30.000.000.000, el doble de la meta inicial.

Desde el lunes tenemos sólo 6 horas para salir a la calle, a partir de las 12 del día. Eso permite que arriben camiones con ayuda a la zona y que la ciudad comience a caminar lentamente otra vez.

Chile se moviliza, varios voluntarios intentan ayudar.

Es domingo y llueve. Vamos al Líder, allí arman canastas familiares. Vamos a pie por el Juan Pablo II, que ya no se podrá utilizar.

Aún muchos sin energía, agua y comida.

Ya es martes y Marcelo viene por mí. Nos vamos a su casa. La comida escasea pero en varios lugares venden algunas cosillas "básicas". Las colas son enormes. Hoy ya se puede pasar el puente sin estar estancado 7 ó 4 horas. Aún hay comunas que no reciben ayuda. En Lota y Coronel no hay nada, lo saquearon TODO.

Hoy el toque de queda se alarga, ahora es de seis de la mañana a nueve de la noche.

Es miércoles y vamos a Chiguayante y al centro de Conce. Tengo miedo. Muchos negocios saqueados. Muchos edificios desalojados con peligro de caer. Hay que transitar con cuidado, todo ha sufrido daños no menores.

Es jueves de nuevo y hay otra alerta de tsunami. Estoy en Penco y la gente en los cerros no se alarma. De nuevo no sucede, gracias a Dios.

Vuelvo a casa. Traigo harina, levadura y aceite.

Viernes. Todo mejor. Ya no hay colas para bencina. Hay un par de puentes mecano absolutamente habilitados en el puente Llacolén, el único sobreviviente. Hoy comienza la restricción vehicular. Marcelo no puede venir a verme. Se acorta el toque. Ahora se puede transitar hasta las 23:00 hrs.




Carla Coronado Leiva, Mis nuevos ojos [Un puñado de sentimientos.]

Tengo un par de ojitos nuevos... y un corazón lleno de pesares.

Y tengo miedo...

Es de noche y lloro, lloro, lloro... lloro por mi gente linda, mi gente querida que sufre, que tiene hambre, que tiene frío. Lloro por las vidas que se perdieron, y por las historias de horror que se tejieron. Lloro por las familias separadas paras siempre y por los pequeños que quedaron solitos. Lloro porque es injusto, porque no hay explicación. Lloro porque están solos y no puedo hacer nada por ellos. Lloro porque siempre a los más pobres les toca lo peor. Lloro porque son gente de esfuerzo, lloro porque ahora están en la calle, lloro porque lo perdieron todo, el sacrificio de toda una vida.
La tristeza me carcome el alma, me envuelve con su manto gris y no me suelta. Es una niebla densa que no escarmienta; todo es oscuridad, todo es miedo, todo horror.
Estoy perdida, camino por las esquinas. No soy nadie, estoy vacía, el mar se lo ha llevado todo, todo.
Ya no puedo caminar, ni siquiera gritar, ni siquiera llorar; todo es un desierto eterno. No hay escapatoria, no me puedo levantar.
No hay rumbo, no hay nada. Sólo tristeza, y desesperanza, y oscuridad, y odio y resentimiento...

¿Qué puedo hacer yo por ti, mi Chile querido?

Entonces me seco las lágrimas, me refriego los ojitos y me levanto... y me arreglo las polleras y me arremango -Dejémonos de llorar y vayamos a trabajar miércale, ¡a levantar Chile se ha dicho!-. Todo sea por el corazón de mi gente; para devolverles la esperanza, la fe, el amor. Fuerza mi Chile querido; hay que levantarse, y para levantarse hay que trabajar.

Y sonrío. Sonrío porque hay tantos a mi lado dispuestos a todo por los demás, sonrío porque el amor existe y se puede palpar, y sonrío porque la mayoría supo volver a lo esencial (eso que es "invisible a los ojos"). Sonrío porque este es un país por el que vale la pena vivir, porque este es un mundo por el que vale la pena vivir... vivir para amar.

¡Fuerza Loanco, fuerza mi caleta querida!
Ustedes que de la nada surgieron y se vistieron de progreso, ustedes que de la madera pasaron a la fibra (de vidrio), ustedes que cambiaron el remo por el motor, ustedes que pescaron y bucearon, ustedes que supieron organizarse, ustedes que ahorraron, ustedes que los gritos los reemplazaron por un frigorífico, ustedes que no desistieron, ustedes que se capacitaron, ustedes que capacitaron, ustedes que viajaron, ustedes que de la "suerte del mar" pasaron a los cultivos, ustedes que construyeron su sede, ustedes cuyos pies cambiaron por ruedas, ustedes que areglaron sus casas, ustedes que lograron restaurantes y negocitos, ustedes que se adjudicaron proyectos, ustedes que de ser una caleta olvidada pasaron a ser un balneario más en el mapa, ustedes, los que cambiaron bueyes por tractores... ustedes; los que tienen la fuerza para seguir.

Quiero comer chocolate y compartirlo... compartirlo con sus amigas de Talca y de "Conce", y con los niños de Iloca, de Boyeruca, de Conti, de Pellines, de Loanco, de Chanco, de Pelluhue, de Curanipe, de Dichato, de Talcahuano, y de Llico, y de...

¡Vamos, vamos! Vamos a oponer a la oscuridad, la fe; a la desesperanza, la esperanza; al odio, el amor... Siempre hay esperanza contra toda esperanza.


Jorge Drexler, Saludo para Chile

Quien en Chile un día vibró,
tiembla cuando Chile tiembla,
llena sus ojos de niebla
si oye que Chile lloró.
Si lo digo es porque yo
llevo en el alma la estela,
la mejor escarapela
que tuvieron mis canciones:
en Chile mil corazones
que hoy pasan noches en vela.


Nano Stern, Décimas Revueltas

En estas horas movidas
desde lejos los abrazo,
los afirmo como un lazo
frente a esta fuerte estampida.
Al igual que nuestra vida
se sacude nuestra tierra
y así cada quién se aferra
a los que quiere de verdad.
Por eso mando pallá
mi firmeza verdadera.

Tanta pena siente el alma
por todos esos hermanos
de Parral y Talcahuano
que sufren con este drama
y que quedaron sin cama.
Ojalá que con el canto
espantemos al espanto
de nuestra patria aturdida
por sus ciudades caídas
y sus réplicas de llanto.

Curicó se vino abajo,
Concepción se destruyó,
Juan Fernandez se borró,
y en Talca se abrió un gran tajo.
En mi corazón yo viajo
y acompaño en el sufrir
a quienes han de vivir
sepultando a sus queridos.
Y por eso, mis amigos
esto les quería decir:

En estas horas fatales
solo quiero agradecer
a la vida por tener
tantos amigos reales.
Antes que lleguen más males
yo les quería decir
por si me toca partir
que los quiero como hermanos.
Ojalá que estén bien sanos
y coleando por ahí!




Cristián Warnken, Chile de memoria

"Si uno se quedaba callada, podía escuchar los lamentos. Hubo gente que quedó aplastada y no murió. Si uno se detenía a escuchar, parecía que todo Chillán estaba llorando". Estas palabras son de Draumelia Sotomayor, sobreviviente del terremoto de 1939.

"Valdivia quedó completamente aislada del resto del territorio. Los primeros informes oficiales se referían a Concepción, Chillán y los pueblos aledaños. Nadie mencionaba a Valdivia. Siendo ya las 0.35 hrs., una improvisada radioemisora logró ser instalada en un potrero de la Isla Teja, y Valdivia pudo comunicar su verdad, provocando un impacto tal en el resto del país, que no pudieron evitar llorar como niños". Valdivia, 1960.

Nací en 1961, mi primer llanto fue a finales de enero, meses después del terremoto y maremoto de Valdivia, mis primeras lágrimas cayeron -como las de muchos de los que me están leyendo- sobre esta tierra, y no en otra.

Estoy aquí, escribiendo estas líneas, mirando amanecer sobre estas cordilleras puras y solemnes, pero no estoy solo, aunque la ciudad duerme. Dentro de mí están todos mis antepasados, los que murieron tragados por la tierra o el mar, los que quedaron huérfanos, los que perdieron todo en temblores sin fin, pero decidieron no arrancar de esta latitud extrema y abismal.

Cuando miro este cielo, esta luz y respiro este aire, lo estoy haciendo por ellos, porque somos los ojos de los que ya no están aquí.

Yo soy los ojos de Arcadio Warnken, remoto pariente de nombre fundacional, cuyos restos deben haberse sobresaltado en estos días con las sucesivas réplicas en algún cementerio de Concepción. Yo soy el abuelo que no conocí, Manuel Warnken Benavente, que murió de una enfermedad contraída en Chillán, en 1939, después de haber ido a cumplir su función pública de ayuda a la ciudad caída. "Un hombre bueno" -me decía mi padre, que perdió al suyo cuando era un adolescente-. Hombres y mujeres buenos, "en el buen sentido de la palabra, buenos" -como dice Machado-. Si al mirar yo, ellos también están mirando conmigo, no quiero ver entonces los actos deleznables, los pillajes abyectos de estos días; no quiero ver la rufianería de los que construyen y venden edificios de la muerte; no quiero ver toda la ruindad que las catástrofes de esta magnitud dejan siempre al desnudo. No vale la pena, la pena que ahora nos está partiendo el alma.

Por eso, he hecho un trabajo de "edición" de las mejores imágenes que merecen ser guardadas en mi retina y la de mis muertos. He levantado mi propio archivo de lo que se puede rescatar de entre los escombros de este terremoto de 2010.

Lo he hecho porque no quiero olvidar al Chile profundo que parece haber sido borrado del mapa para siempre. "Sólo saben lo que fue Chile, los que lo han perdido", dijo con mucha nostalgia, en una ciudad de Italia en su exilio, en el siglo XVIII, el jesuita visionario Manuel Lacunza.

Por eso he decidido ver una y otra vez a Francisco Melo, un hermoso anciano que abrió su pozo secreto de agua para compartirlo con todos sus vecinos de Hualpén, y que al preguntarle cuánto cobraría por ello, se rió con un "Noooo" salido desde el fondo de su alma, pura, como el agua de su pozo.

Por eso estoy viendo al capitán Carlos Pinto, buzo táctico de la Armada, que no ha parado de buscar en las aguas de Constitución el cuerpo de un joven desaparecido que prometió devolverle a un padre desesperado. Por eso no quiero dejar de ver la sonrisa de Viviana con su hija nacida en un hospital de Angol el 27 de febrero a la hora exacta del terremoto y a la que las matronas, que nunca la dejaron sola, bautizaron como "Terremotita".

No me canso de mirarlos y escucharlos. Y, conmigo, los que ya no están, también los ven. Y entonces siento que no somos pura ruina. Y Cobquecura, Curanipe, Dichato, Constitución vuelven como los versos perdidos de un largo poema herido en la memoria, recitado una y otra vez por sus vivos y sus muertos: Chile.




Colectivo de varios, Llamado

Llamado a los medios de comunicación para informar lo que sirve, lo que enaltece y lo que multiplica la esperanza.

Un joven arriesgó su vida por salvar a una anciana atrapada. Una mujer ayudó a bajar a los niños de la vecina desde un piso 14. Un hombre se lanzó al agua para rescatar a su vecino. Un bombero salvó a un niño un segundo antes del derrumbe. Un carabinero dejó pasar a una mujer que buscaba leche y pan para sus hijos. Un niño cuidó y salvó a sus hermanos porque sus padres no estaban. Una camarera protegió a los turistas desesperados. Un pescador enfrentó las olas para salvar a unos desconocidos. Un grupo de estudiantes universitarios se quedaron para ayudar a los damnificados. Un alcalde ha luchado sin parar junto a su pueblo. Un comunista salvó a un derechista. Un narcotraficante está repartiendo agua y alimentos. Un conscripto rescató a un teniente. Un centro de padres organiza una campaña solidaria. Un partido político llama a sus militantes a ayudar. Una lola del barrio alto se fue a repartir comida a los barrios duros. Una jefa de hogar donó la mitad de sus frazadas. Un maestro prestó sus herramientas. Una profesora se fue a cuidar niños a la caleta desolada. Un grupo de derecha pierde la vida por querer solidarizar. Un cura va por las calles abrazando a los sin casa, sin pan y sin abrigo. Un patriota iza la bandera en medio de la catástrofe. Un cantor ayuda a reparar la vieja casa en ruinas. Un funcionario público olvidó que era sábado y domingo. Un famoso de la tele ofrece su casa. Un médico atiende a los heridos sin pedir nada a cambio. Una monja acarrea agua. Un boy scout enseña a hacer fogatas para enfrentar el frío. Un vagabundo comparte su único pan. Un boliviano ofrece un vaso de agua a un chileno. Un chileno le da albergue a un peruano. Todos abrazan a quienes perdieron a sus seres queridos. Un ingeniero da horas de trabajo para reconstruir un pueblo lejano. Una chilena se comunica con el mundo y organiza ayudas. Un banquero abre crédito blando para reconstruir. Una niña dona sus juguetes. Un poeta se arremanga y toma la pala para despejar el camino. Un flaite salva a un empresario. Un país entero se rescata. Un país entero resiste el terremoto y el tsunami.

Agregar que la prensa de Chile olvidó la farándula, olvidó el festival de Viña y se preocupa por Chile. Que Martina de 12 años tocó la alarma de tsunami en la Isla Juan Fernandez y que un botero heróico salvó vidas en el río, aunque en uno de sus viajes murió, dio su vida por los demás. Un grupo de vecinos se organizaron y le llevaron sandwichs y galletitas a otro grupo que dormía en la calle y así se puede continuar... y seguir agregando noticias buenas.

Este terremoto y tsunami muestra al Chile de verdad. Los valores que importan florecen, las mezquindades también... ya nadie oculta su esencia.

Los saqueos y robos muestran la realidad, también, pero no es la mayoría, y reflejan un sistema educativo funesto y una sociedad egoísta; ya no podemos andar por el mundo con la máscara de los mejores... ¡y esa es una buena noticia!
Las construcciones patrimoniales fueron destruidas para construir edificios de mala calidad que han sido el negocio de inmobiliarias irresponsables, esto llega hasta aquí no más. Se acabó el negocio inmoibiliario. Se acabó la sonrisita mostrando los dientes de Pepe Cortisona. Se acabó el delirio de los celulares inservibles, el delirio por el consumo, ¿para qué? Si cuando deben funcionar no pasa nada. Se acabó nuestra sociedad superpróspera de mentira. Arriba con los sumarios contra las constructoras. Éstas son buenas noticias.

Lo que verdaderamente importa es si somos capaces de ser solidarios, de regalar y soltar nuestros apegos, de vivir cada momento porque en cualquier momento se nos mueve y acaba todo.

Estas son las noticias más verdaderas. Estos son los héroes de Chile hoy, aquí y ahora.




Felipe Berríos, Un doble terremoto

El reloj marcaba las 3:34 de la mañana del sábado 27 de febrero cuando comenzó a moverse la tierra en gran parte de Chile. En los primeros segundos muchos pensaron que era un temblor más a los que nuestro país ya nos tiene acostumbrados. Sin embargo, el temblor no se detenía e insistentemente aumentaba cada vez más su intensidad. Por dos minutos y medio -y en el epicentro aún por más tiempo- todo se sacudió. Ya no era un fuerte temblor sino que un gran terremoto acompañado en algunas zonas costeras del país de un destructor maremoto.

Se lo ha catalogado como el segundo terremoto más grande de nuestra historia. Sin embargo, la infraestructura del país, sus casas y edificios soportaron bien el embate. La mayoría de las viviendas que sucumbieron eran construcciones viejas no antisísmicas y muchas de adobe. Quizás lo que más causó muerte y daños fue la furia del mar, que en ciertos puntos geográficos arrasó con todo.

Fuera de aprender de lo vivido y prepararse para una próxima vez, humanamente no podemos detener los caprichos de la naturaleza que cada cierto tiempo se las ingenia para recordarnos nuestra fragilidad.
Pero esta vez ha habido un verdadero doble terremoto. Pues junto con la muerte y los destrozos materiales propios de un fenómeno de esta magnitud, el país también ha sufrido otro tipo de daños causados por ciertas “fallas estructurales graves” en el plano valórico. Que tal vez sean las más difíciles de reparar para el futuro.

El pillaje que se desató no fue provocado por gente desesperada que llevaba semanas sin alimento ni agua. Pues nadie se alimenta ni calma su sed quemando locales y destruyendo, ni menos robando artefactos eléctricos, ropa o artículos de línea blanca. Fue un triste espectáculo, al cual no estábamos acostumbrados. Más bien lo propio de una catástrofe nacional era una espontánea reacción solidaria tanto de las víctimas como de los otros ciudadanos, que si bien es cierto también se dio y con creces, ésta no fue capaz de contrarrestar las actitudes de saqueos y robos que espontáneamente mostraba una desconocida y peligrosa debilidad estructural de nuestra sociedad.

Este nuevo fenómeno social de egoísmo debemos estudiarlo y reflexionarlo. Así como por los estragos del terremoto de los años sesenta el país aprendió a reforzar las construcciones con normas que las hicieron antisísmicas, e hizo posible que ahora la inmensa mayoría de las viviendas e infraestructuras soportaran bien este terremoto, así también debemos detectar las fallas sociales y aprender la importancia de desarrollar medidas que refuercen los pilares valóricos sobre los que está construida nuestra sociedad.

Los expertos dicen que la fuerza de este terremoto se debe a la liberación de energía acumulada por años por el encuentro de las placas que componen nuestro subsuelo. El terremoto social que produjo saqueos y destrucción se debe tal vez a una parte de la sociedad que imperceptiblemente ha ido acumulando por años decepción por sentirse marginada del desarrollo y que lentamente ha ido corroyendo sus valores por el desengaño y los antivalores. Así, injustificadamente, ha liberado toda la frustración acumulada en un comportamiento explicable sólo en quienes no tienen nada que perder.




Patricio Hales, El terremoto valórico

En los saqueos se cayeron varios pedazos del alma de Chile. Pero su estructura fundamental aún está en pie.

Al frente de los que robaban televisores, destruían cajeros, asaltaban casas, y desmantelaban autos, aprovechándose del terremoto, aparecía la voluntad de miles de personas que sienten crecer el sentido de sus vidas sacrificándose para ayudar a los que sufren. Con ellos reapareció la solidaridad que Leopoldo Castedo dijo que echaba de menos cuando le preguntaron qué le faltaba si comparaba el Chile de los 90 con el de su llegada en el “Winnipeg”.

Pues, junto con comprender a una madre que roba leche porque su guagua no tiene ni agua limpia para sobrevivir, clamábamos castigo para los que, riéndose frente a la televisión, llenaban carros, camionetas, carretillas de mano, sacos, autos y sus brazos para arrancar con lo que pillaran. A las pocas horas pedíamos a los militares en las calles. Pero los valores no se construyen a balazos. En la “La Tierra Permanece” de Sturgeon, la poca humanidad sobreviviente al desastre nuclear, abusaba del abandono para acaparar el mundo material a su disposición, mientras otro grupo comenzaba a reconstruir la sociedad estableciendo el orden básico desde donde volver a partir. En Chile en cambio, el terremoto no destruyó los valores de la mayoría.

El remezón dejó en evidencia la degradación humana de un grupo de personas que ha ido perdiendo algo profundo de su espíritu que deberemos atender cuando terminemos las primeras tareas materiales. Solo una grieta grave en los cimientos de su formación familiar, puede haberlos llevado a asaltar con alegría, algunos junto a sus hijos para robar en la impunidad de la turba y el descontrol mientras el país sufría la catástrofe.

El terremoto demostró la fragilidad estructural de los valores éticos y morales de una parte de nuestra humanidad de país. En estos días vimos esa falla en algunos pobres y menos pobres, pero que en el día a día, de otra manera, si miramos bien, la veremos en otros abusos de aquellos que tienen buenos ingresos. Una descomposición valórica de pobres y ricos, un poco consecuencia del hedonismo de la cultura del poseer por sobre el respeto mutuo; la felicidad de tener las cosas por cualquier medio, más que las ganas de ayudar al caído o la alegría de dar alivio. El aprecio a la marca del auto, el reloj o la polera por sobre el valor de la persona. Una falla de construcción en el alma que cruza a ricos y pobres. La diferencia está en como la expresan. Unos en masa y gritos de venganza, los otros con silencioso refinamiento.

Nótese que la velocidad de respuesta con que la poblada inició el saqueo demuestra además un destape lleno de odio. Una odiosa ansiedad por apropiarse o destruir aquello que representa las desigualdades, las diferencias odiosas. Tenerlo o incendiarlo. Y no es culpa de la pobreza pues la pobreza no es lo mismo que desigualdad y los pobres no son delincuentes por su condición. La mayoría de ellos se marginó de los saqueos e incluso fueron víctimas. Los asaltantes son los terremoteados del alma, los que sufren las grietas del odio vengativo generado por las desigualdades y el envilecimiento. Son fruto de la descomposición ética de un edificio social cuya estructura diseñamos mal y que construimos mal.

Los saqueos no fueron simplemente falta de policías. Es algo más de fondo que nos falló en la edificación del alma de nuestra sociedad.

Y al frente quedó en pie esa gran mayoría del Chile solidario. El sismo demostró la firmeza de esa gran cantidad de chilenos que están en las calles dando su amor a los demás sin pago de dinero alguno. Los médicos que no duermen, los militares que cuidan en toque de queda más allá de su sueldo, la pobladora de Constitución que solita abrió su patio para dar albergue y arroz caliente a 11 personas, los estudiantes con los que estamos catastrando los daños en cada casa o edificio en el norte de Santiago, los modestos pobladores de la Villa Santa Mónica que cooperaron con mercadería en la misa del Padre Jaime en el atardecer de la Plaza de La Valleja, los Techo para Chile , las redes solidarias en Internet, los que donan calladitos sin aviso en los diarios.

Ese es el gran parque edificado con fierro y hormigón del bueno donde los valores no muestran fisura alguna. Es importante constatar que esas son las fundaciones intactas del Chile bueno, que existe, y que puede ayudar a hacernos pensar qué hemos hecho, o qué hemos dejado de hacer, para que en otros se hayan producido los daños tan dolorosos que agrietaron el alma de Chile.




Fernando Villegas, La pistola al cuello

El terremoto del sábado ha sido un evento devastador, pero también revelador. Ha sacado a la luz debilidades acumuladas a lo largo de años en el completo edificio de nuestra sociedad, frutos venenosos de políticas -públicas y privadas- y de procesos sociales cuyas semillas se sembraron a partir de 1973, se abonaron en los años sucesivos y se regaron generosamente desde 1990. El resultado es una mezcla explosiva de aspiraciones adquisitivas con una distribución del ingreso que impide a muchos satisfacerlas y de dos generaciones de chilenos pobres -padres entre 25 y 40 años, hijos de entre 10 y 20- criados casi sin control parental ni escolar. A ese combustible se agrega como comburente la hegemonía ideológica de las doctrinas acerca de los derechos humanos, las cuales en muchos casos -legales, judiciales, etc- han sido llevadas a tales extremos de lenidad y obsecuencia, que entorpecen gravemente la determinación o voluntad del Estado para preservar el orden público.

De esto último han sido muestra los saqueos masivos. Para describirlos, la autoridad ha usado un lenguaje eufemístico hablando de "delincuentes" y de "lumpen". Eso de por sí ya sería bastante malo, pero los videos y fotografías revelan algo aun peor: protagonistas han sido también y en número abrumador, gente común y corriente, la clase de personas con las cuales usted puede toparse en su oficina o en el bus. En una sociedad sana, el pillaje queda reducido a la acción de delincuentes y también de los ciudadanos más marginales; una sociedad enferma, en cambio, revela lo que vimos, a saber, no sólo que dichos delincuentes y vándalos son legión, sino que también hay cero autocontrol por parte de muchos ciudadanos y cero eficacia de la fuerza policial para controlarlos por mera presencia.

¿De qué extrañarse respecto a esto último? Por 20 años la Concertación no hizo sino debilitar el concepto mismo de "orden público", expresión que a oídos de su gente suena a cavernaria opresión "del pueblo". Todo acto de autoridad rigurosa se convirtió, en ese período, en tabú. En el colegio se deterioró la autoridad de profesores y directores, quienes quedaron a merced de un alumnado dotado de infinitos derechos; en la calle se acusó una y otra vez a la fuerza pública de "excesos", tanto en tribunales como en la prensa, cada vez que encaró con decisión ataques incluso letales contra sus miembros; en el discurso de muchos se legitimó abierta o tácitamente a los "combatientes" con tal que dijeran representar una causa justa; en la justicia se trató con lenidad a asesinos políticos si acaso su background era "la lucha contra la dictadura"; en fin, siempre hubo razones para justificar la conducta antisocial haciendo de sus hechores víctimas inocentes "del sistema".

¿A qué asombrarse entonces que grupos masivos de ciudadanos se crean hoy con derecho al pillaje si se da la oportunidad? ¿De qué pasmarse ante el infantilismo, convertido rápidamente en agresión, con que algunos piden "soluciones" en cinco minutos puesto que fueron criados bajo la doctrina del Estado paternalista, único salvador y defensor de los pobres, como todavía se dijo en la reciente campaña presidencial? Por eso la imagen del carabinero poniendo una pistola en el cuello de uno de los miserables entregados al pillaje es una notable excepción, pero también una muestra de hasta dónde es preciso llegar cuando métodos menos elocuentes ya no hacen mella. Y es una valiente excepción, porque hace ya mucho tiempo que el carabinero teme siquiera levantar la voz, no sea que le abran un sumario, se le eche del servicio y se le lleve a juicio. De eso es muy consciente la inmensa cantidad de ciudadanos resentidos, frustrados y llenos de instintos destructivos y depredadores que ha criado el sistema por las razones expuestas más arriba. Se sienten con esa sensación de derecho a cometer delitos que otorga la impunidad. ¿"Por qué yo no", dijo una mujer que se llevaba objetos robados de una tienda, "si lo hacen todos? Y pudo haber agregado: "y nada nos va a pasar porque somos el pueblo". De ahí que sea la sociedad, no ese punga, quien está hoy con la pistola al cuello. Y que, en la hora mona, deba sacarse al Ejército a la calle.

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