jueves, 31 de diciembre de 2009

Adiós 2009, Bienvenido 2010



[Hace 2 años escribí algo en este mismo espacio, lo de hoy es muy parecido... salvo que estoy más vieja y menos "wena"... y digo menos "wena" porque cada día al crecer, me percato de que también me hago más pequeña. Mientras más grande concibo el universo, más pequeña me siento yo. Los más fuertes, siempre son los más débiles; los más débiles, los más fuertes. Así también mientras más conozco, más crece lo que conozco que no conozco.]

El 2009 horrible en cuanto a logros, ninguna cosecha, eso desanima a quién acostumbra cosechar. De puras amarguras, "por ahora"... tiempo de esperar en Él, creo humildemente, y esperar es siempre difícil. Pero también tiempo de afiatar relaciones, con los amigos y con Él, con ese Jesús de quien nos hemos enamorado hasta "los pies".

Y cito a mi Marcelo -Dos mil nueve... no fuiste muy gentil conmigo, pero te despido con respeto; anda a tomar tu lugar en la historia. Espero conservar las lecciones aprendidas de por vida, y comprender más adelante, mirando desde un lugar más alto, lo que hoy me parecen desventuras-.

Y se viene el 2010. Nueva etapa, nuevas sorpresas, nuevos olores, nuevos sabores, nuevas texturas, más desafíos. Como siempre, tengo varios planes/deseos para este nuevo año (¡no me alcanzará la vida!, como dice mi madre). Esta vez son de crecer, de crecer, de crecer, de amar, de amar, de amar. De ser más como TÚ. Espero que los planes que salgan a mi encuentro se traslapen con el camino que fue planeado divinamente para mi vida, mi misión primera, mi propósito.

Entonces lo repito, como hace dos años atrás. Mis mejores deseos para este nuevo período que comienza. Una nueva oportunidad para empezar de nuevo, para superarnos, para ser mejores, para progresar. Es curioso que el Grandioso nos regale infinitas oportunidades de cambio, de superación...creo que el amanecer de cada día simboliza en cierta medida esas infinitas oportunidades, o la resistencia tal del ser humano que le permite levantarse al caer, el renacer de las estrellas, la recuperación de las enfermedades, el despertar después de un largo sueño, el sentimiento de perdón...

Sigo soñando, sigue soñando, sigamos soñando. Porque este mundo pronto va a ser como lo soñamos (más justo, más libre, más solidario, más humano) y para eso hay que trabajar.

Un abrazo, el correspondiente abrazo.


Carla, la de siempre (salvo que menos "wena").

PD: ¡Lista para las aventuras! ...como siempre, Marcelo mío.

martes, 1 de diciembre de 2009

La palabra

[Nada más tengo ganas de compartir mi poema favorito... Neruda, grande entre los grandes...]

Todo lo que usted quiera, sí señor, pero son las palabras las que cantan, las que suben y bajan… Me prosterno ante ellas… Las amo, las adhiero, las persigo, las muerdo, las derrito… Amo tanto las palabras… Las inesperadas… Las que glotonamente se esperan, se escuchan, hasta que de pronto caen… Vocablos amados… Brillan como piedras de colores, saltan como platinados peces, son espuma, hilo, metal, rocío…

Persigo algunas palabras… Son tan hermosas que las quiero poner todas en mi poema… Las agarro al vuelo, cuando van zumbando, y las atrapo, las limpio, las pelo, me preparo frente al plato, las siento cristalinas, vibrantes, ebúrneas, vegetales, aceitosas, como frutas, como algas, como ágatas, como aceitunas… Y entonces las revuelvo, las agito, me las bebo, me las zampo, las trituro, las emperejilo, las liberto… Las dejo como estalactitas en mi poema, como pedacitos de madera bruñida, como carbón, como restos de naufragio, regalos de la ola… Todo está en la palabra… Una idea entera se cambia porque una palabra se trasladó de sitio, o porque otra se sentó como una reinita adentro de una frase que no la esperaba y que le obedeció… Tienen sombra, transparencia, peso, plumas, pelos, tienen de todo lo que se les fue agregando de tanto rodar por el río, de tanto trasmigrar de patria, de tanto ser raíces… Son antiquísimas y recientísimas… Viven en el féretro escondido y en la flor apenas comenzada… Qué buen idioma el mío, qué buena lengua heredamos de los conquistadores torvos… Estos andaban a zancadas por las tremendas cordilleras, por las Américas encrespadas, buscando patatas, butifarras, frijolitos, tabaco negro, oro, maíz, huevos fritos, con aquel apetito voraz que nunca más se ha visto en el mundo… Todo se lo tragaban, con religiones, pirámides, tribus, idolatrías iguales a las que ellos traían en sus grandes bolsas… Por donde pasaban quedaba arrasada la tierra… Pero a los bárbaros se les caían de las botas, de las barbas, de los yelmos, de las herraduras, como piedrecitas, las palabras luminosas que se quedaron aquí resplandecientes… el idioma. Salimos perdiendo… Salimos ganando… Se llevaron el oro y nos dejaron el oro… Se lo llevaron todo y nos dejaron todo… Nos dejaron las palabras.

sábado, 3 de octubre de 2009

Cristiana, socialista y revolucionaria


Me defino cristiana porque mi vida está guiada por los valores de Cristo. Son el amor por todo y por todos lo que motiva y sustenta mi existencia. Es el amor el fin último (en el sentido del "más esencial") de mi vida.


Desde que recuerdo mi pensamiento se definió socialista. Lucharé siempre por la justicia, la igualdad de oportunidades y derechos de todos. Si los seres humanos no fueran tan egoístas cada uno de nosotros podría vivir sólo son lo necesario, y así alcanzaría para todos. En cambio, después de haberlo intentado, la historia nos dejó un sabor amargo y la certeza de que la igualdad, esa igualdad verdadera, no será nunca más que una mera utopía. Pero la utopía ha deseguir viva para siempre, para que jamás se apague la llama de la solidaridad que nos atrae hacia ella en este mundo congelado.

Soy una revolucionaria. No le temo al cambio y lucharé por mis sueños y por mi gente, hasta el último segundo de mi vida. No tengo miedo, haré todo lo que esté a mi alcance para lograr un mundo mejor, donde los niños crezcan sanos, libres, contentos, seguros. El sueño, mi sueño, es un mundo donde el amor sea el sentido de todo.

Con el corazón en la mano,

Carla.

viernes, 11 de septiembre de 2009

No daré un paso atrás...



"Yo les digo a ustedes, compañeros, compañeros de tantos años, se los digo con calma, con absoluta tranquilidad: yo no tengo pasta de apóstol ni tengo pasta de mesías, no tengo condiciones de mártir, soy un luchador social que cumple una tarea, la tarea que el pueblo me ha dado. Pero que lo entiendan aquellos que quieren retrotraer la historia y desconocer a la voluntad mayoritaria de Chile: sin tener carne de mártir, no daré un paso atrás; que lo sepan: dejaré La Moneda cuando cumpla el mandato que el pueblo me diera."


"Les pido que se vayan a sus casas con la alegría sana de la limpia victoria alcanzada y que esta noche, cuando acaricien a sus hijos, cuando busquen el descanso, piensen en el mañana duro que tendremos por delante, cuando tengamos que poner más pasión, más cariño, para hacer cada vez más grande a Chile y cada vez más justa la vida en nuestra patria."

viernes, 1 de mayo de 2009

La soledad de América Latina

La soledad de América Latina, Gabriel García Márquez
[Discurso de aceptación del Premio Nobel 1982 -Texto completo]

Antonio Pigafetta, un navegante florentino que acompañó a Magallanes en el primer viaje alrededor del mundo, escribió a su paso por nuestra América meridional una crónica rigurosa que sin embargo parece una aventura de la imaginación. Contó que había visto cerdos con el ombligo en el lomo, y unos pájaros sin patas cuyas hembras empollaban en las espaldas del macho, y otros como alcatraces sin lengua cuyos picos parecían una cuchara. Contó que había visto un engendro animal con cabeza y orejas de mula, cuerpo de camello, patas de ciervo y relincho de caballo. Contó que al primer nativo que encontraron en la Patagonia le pusieron enfrente un espejo, y que aquel gigante enardecido perdió el uso de la razón por el pavor de su propia imagen.

Este libro breve y fascinante, en el cual ya se vislumbran los gérmenes de nuestras novelas de hoy, no es ni mucho menos el testimonios más asombroso de nuestra realidad de aquellos tiempos. Los Cronistas de Indias nos legaron otros incontables. Eldorado, nuestro país ilusorio tan codiciado, figuró en mapas numerosos durante largos años, cambiando de lugar y de forma según la fantasía de los cartógrafos. En busca de la fuente de la Eterna Juventud, el mítico Alvar Núñez Cabeza de Vaca exploró durante ocho años el norte de México, en una expedición venática cuyos miembros se comieron unos a otros y sólo llegaron cinco de los 600 que la emprendieron. Uno de los tantos misterios que nunca fueron descifrados, es el de las once mil mulas cargadas con cien libras de oro cada una, que un día salieron del Cuzco para pagar el rescate de Atahualpa y nunca llegaron a su destino. Más tarde, durante la colonia, se vendían en Cartagena de Indias unas gallinas criadas en tierras de aluvión, en cuyas mollejas se encontraban piedrecitas de oro. Este delirio áureo de nuestros fundadores nos persiguió hasta hace poco tiempo. Apenas en el siglo pasado la misión alemana de estudiar la construcción de un ferrocarril interoceánico en el istmo de Panamá, concluyó que el proyecto era viable con la condición de que los rieles no se hicieran de hierro, que era un metal escaso en la región, sino que se hicieran de oro.

La independencia del dominio español no nos puso a salvo de la demencia. El general Antonio López de Santana, que fue tres veces dictador de México, hizo enterrar con funerales magníficos la pierna derecha que había perdido en la llamada Guerra de los Pasteles. El general García Moreno gobernó al Ecuador durante 16 años como un monarca absoluto, y su cadáver fue velado con su uniforme de gala y su coraza de condecoraciones sentado en la silla presidencial. El general Maximiliano Hernández Martínez, el déspota teósofo de El Salvador que hizo exterminar en una matanza bárbara a 30 mil campesinos, había inventado un péndulo para averiguar si los alimentos estaban envenenados, e hizo cubrir con papel rojo el alumbrado público para combatir una epidemia de escarlatina. El monumento al general Francisco Morazán, erigido en la plaza mayor de Tegucigalpa, es en realidad una estatua del mariscal Ney comprada en París en un depósito de esculturas usadas.

Hace once años, uno de los poetas insignes de nuestro tiempo, el chileno Pablo Neruda, iluminó este ámbito con su palabra. En las buenas conciencias de Europa, y a veces también en las malas, han irrumpido desde entonces con más ímpetus que nunca las noticias fantasmales de la América Latina, esa patria inmensa de hombres alucinados y mujeres históricas, cuya terquedad sin fin se confunde con la leyenda. No hemos tenido un instante de sosiego. Un presidente prometeico atrincherado en su palacio en llamas murió peleando solo contra todo un ejército, y dos desastres aéreos sospechosos y nunca esclarecidos segaron la vida de otro de corazón generoso, y la de un militar demócrata que había restaurado la dignidad de su pueblo. En este lapso ha habido 5 guerras y 17 golpes de estado, y surgió un dictador luciferino que en el nombre de Dios lleva a cabo el primer etnocidio de América Latina en nuestro tiempo. Mientras tanto 20 millones de niños latinoamericanos morían antes de cumplir dos años, que son más de cuantos han nacido en Europa occidental desde 1970. Los desaparecidos por motivos de la represión son casi los 120 mil, que es como si hoy no se supiera dónde están todos los habitantes de la ciudad de Upsala. Numerosas mujeres arrestadas encintas dieron a luz en cárceles argentinas, pero aún se ignora el paradero y la identidad de sus hijos, que fueron dados en adopción clandestina o internados en orfanatos por las autoridades militares. Por no querer que las cosas siguieran así han muerto cerca de 200 mil mujeres y hombres en todo el continente, y más de 100 mil perecieron en tres pequeños y voluntariosos países de la América Central, Nicaragua, El Salvador y Guatemala. Si esto fuera en los Estados Unidos, la cifra proporcional sería de un millón 600 mil muertes violentas en cuatro años.

De Chile, país de tradiciones hospitalarias, ha huido un millón de personas: el 10 por ciento de su población. El Uruguay, una nación minúscula de dos y medio millones de habitantes que se consideraba como el país más civilizado del continente, ha perdido en el destierro a uno de cada cinco ciudadanos. La guerra civil en El Salvador ha causado desde 1979 casi un refugiado cada 20 minutos. El país que se pudiera hacer con todos los exiliados y emigrados forzosos de América latina, tendría una población más numerosa que Noruega.

Me atrevo a pensar que es esta realidad descomunal, y no sólo su expresión literaria, la que este año ha merecido la atención de la Academia Sueca de la Letras. Una realidad que no es la del papel, sino que vive con nosotros y determina cada instante de nuestras incontables muertes cotidianas, y que sustenta un manantial de creación insaciable, pleno de desdicha y de belleza, del cual éste colombiano errante y nostálgico no es más que una cifra más señalada por la suerte. Poetas y mendigos, músicos y profetas, guerreros y malandrines, todas las criaturas de aquella realidad desaforada hemos tenido que pedirle muy poco a la imaginación, porque el desafío mayor para nosotros ha sido la insuficiencia de los recursos convencionales para hacer creíble nuestra vida. Este es, amigos, el nudo de nuestra soledad.

Pues si estas dificultades nos entorpecen a nosotros, que somos de su esencia, no es difícil entender que los talentos racionales de este lado del mundo, extasiados en la contemplación de sus propias culturas, se hayan quedado sin un método válido para interpretarnos. Es comprensible que insistan en medirnos con la misma vara con que se miden a sí mismos, sin recordar que los estragos de la vida no son iguales para todos, y que la búsqueda de la identidad propia es tan ardua y sangrienta para nosotros como lo fue para ellos. La interpretación de nuestra realidad con esquemas ajenos sólo contribuye a hacernos cada vez más desconocidos, cada vez menos libres, cada vez más solitarios. Tal vez la Europa venerable sería más comprensiva si tratara de vernos en su propio pasado. Si recordara que Londres necesitó 300 años para construir su primera muralla y otros 300 para tener un obispo, que Roma se debatió en las tinieblas de incertidumbre durante 20 siglos antes de que un rey etrusco la implantara en la historia, y que aún en el siglo XVI los pacíficos suizos de hoy, que nos deleitan con sus quesos mansos y sus relojes impávidos, ensangrentaron a Europa con soldados de fortuna. Aún en el apogeo del Renacimiento, 12 mil lansquenetes a sueldo de los ejércitos imperiales saquearon y devastaron a Roma, y pasaron a cuchillo a ocho mil de sus habitantes.

No pretendo encarnar las ilusiones de Tonio Kröger, cuyos sueños de unión entre un norte casto y un sur apasionado exaltaba Thomas Mann hace 53 años en este lugar. Pero creo que los europeos de espíritu clarificador, los que luchan también aquí por una patria grande más humana y más justa, podrían ayudarnos mejor si revisaran a fondo su manera de vernos. La solidaridad con nuestros sueños no nos haría sentir menos solos, mientras no se concrete con actos de respaldo legítimo a los pueblos que asuman la ilusión de tener una vida propia en el reparto del mundo.

América Latina no quiere ni tiene por qué ser un alfil sin albedrío, ni tiene nada de quimérico que sus designios de independencia y originalidad se conviertan en una aspiración occidental.

No obstante, los progresos de la navegación que han reducido tantas distancias entre nuestras Américas y Europa, parecen haber aumentado en cambio nuestra distancia cultural. ¿Por qué la originalidad que se nos admite sin reservas en la literatura se nos niega con toda clase de suspicacias en nuestras tentativas tan difíciles de cambio social? ¿Por qué pensar que la justicia social que los europeos de avanzada tratan de imponer en sus países no puede ser también un objetivo latinoamericano con métodos distintos en condiciones diferentes? No: la violencia y el dolor desmesurados de nuestra historia son el resultado de injusticias seculares y amarguras sin cuento, y no una confabulación urdida a 3 mil leguas de nuestra casa. Pero muchos dirigentes y pensadores europeos lo han creído, con el infantilismo de los abuelos que olvidaron las locuras fructíferas de su juventud, como si no fuera posible otro destino que vivir a merced de los dos grandes dueños del mundo. Este es, amigos, el tamaño de nuestra soledad.

Sin embargo, frente a la opresión, el saqueo y el abandono, nuestra respuesta es la vida. Ni los diluvios ni las pestes, ni las hambrunas ni los cataclismos, ni siquiera las guerras eternas a través de los siglos y los siglos han conseguido reducir la ventaja tenaz de la vida sobre la muerte. Una ventaja que aumenta y se acelera: cada año hay 74 millones más de nacimientos que de defunciones, una cantidad de vivos nuevos como para aumentar siete veces cada año la población de Nueva York. La mayoría de ellos nacen en los países con menos recursos, y entre éstos, por supuesto, los de América Latina. En cambio, los países más prósperos han logrado acumular suficiente poder de destrucción como para aniquilar cien veces no sólo a todos los seres humanos que han existido hasta hoy, sino la totalidad de los seres vivos que han pasado por este planeta de infortunios.

Un día como el de hoy, mi maestro William Faullkner dijo en este lugar: "Me niego a admitir el fin del hombre". No me sentiría digno de ocupar este sitio que fue suyo si no tuviera la conciencia plena de que por primera vez desde los orígenes de la humanidad, el desastre colosal que él se negaba a admitir hace 32 años es ahora nada más que una simple posibilidad científica. Ante esta realidad sobrecogedora que a través de todo el tiempo humano debió de parecer una utopía, los inventores de fábulas que todo lo creemos, nos sentimos con el derecho de creer que todavía no es demasiado tarde para emprender la creación de la utopía contraria. Una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra.

Agradezco a la Academia de Letras de Suecia el que me haya distinguido con un premio que me coloca junto a muchos de quienes orientaron y enriquecieron mis años de lector y de cotidiano celebrante de ese delirio sin apelación que es el oficio de escribir. Sus nombres y sus obras se me presentan hoy como sombras tutelares, pero también como el compromiso, a menudo agobiante, que se adquiere con este honor. Un duro honor que en ellos me pareció de simple justicia, pero que en mí entiendo como una más de esas lecciones con las que suele sorprendernos el destino, y que hacen más evidente nuestra condición de juguetes de un azar indescifrable, cuya única y desoladora recompensa, suelen ser, la mayoría de las veces, la incomprensión y el olvido.

Es por ello apenas natural que me interrogara, allá en ese trasfondo secreto en donde solemos trasegar con las verdades más esenciales que conforman nuestra identidad, cuál ha sido el sustento constante de mi obra, qué pudo haber llamado la atención de una manera tan comprometedora a este tribunal de árbitros tan severos. Confieso sin falsas modestias que no me ha sido fácil encontrar la razón, pero quiero creer que ha sido la misma que yo hubiera deseado. Quiero creer, amigos, que este es, una vez más, un homenaje que se rinde a la poesía. A la poesía por cuya virtud el inventario abrumador de las naves que numeró en su Iliada el viejo Homero está visitado por un viento que las empuja a navegar con su presteza intemporal y alucinada. La poesía que sostiene, en el delgado andamiaje de los tercetos del Dante, toda la fábrica densa y colosal de la Edad Media. La poesía que con tan milagrosa totalidad rescata a nuestra América en las Alturas de Machu Pichu de Pablo Neruda el grande, el más grande, y donde destilan su tristeza milenaria nuestros mejores sueños sin salida. La poesía, en fin, esa energía secreta de la vida cotidiana, que cuece los garbanzos en la cocina, y contagia el amor y repite las imágenes en los espejos.

En cada línea que escribo trato siempre, con mayor o menor fortuna, de invocar los espíritus esquivos de la poesía, y trato de dejar en cada palabra el testimonio de mi devoción por sus virtudes de adivinación, y por su permanente victoria contra los sordos poderes de la muerte. El premio que acabo de recibir lo entiendo, con toda humildad, como la consoladora revelación de que mi intento no ha sido en vano. Es por eso que invito a todos ustedes a brindar por lo que un gran poeta de nuestras Américas, Luis Cardoza y Aragón, ha definido como la única prueba concreta de la existencia del hombre: la poesía. Muchas gracias.

viernes, 17 de abril de 2009

Discurso Graduación EMPRENDO 2009


Discurso Carla Coronado, Graduación EMPRENDO – 17 abril de 2009


Quisiera saludar, primeramente, al Sr. Rector, al estimado profesor Pedro Vera, a las autoridades presentes, a mis queridos profesores, a las visitas, a mis compañeros y amigos, y de forma especial, a mis padres, que hoy se encuentran presentes:

Carla Coronado Leiva, ése es mi nombre.

Actualmente soy una estudiante de sexto año de Ingeniería civil Electrónica y curso en paralelo el Magíster en Ciencias de la Ingeniería Eléctrica. Estoy aquí para dedicarles unas breves palabras, para hablarles del tan querido EMPRENDO.

Sin duda es un programa que impacta, no sólo por las estadísticas y evidencias que manifiesta, sino también por la nueva visión que propone. Se plantea una nueva forma de formar. Se explican las bases de un nuevo modo de ver la vida. La razón por la que escribo estas líneas se sostiene en el impacto que causó en mí el motivo de un equipo de personas para hacer emprendimiento educando emprendedores. Más allá de una alternativa laboral, de la posible ranura a la riqueza, de una asignatura complementaria o de expandir la economía; la verdadera razón de cultivar el emprendimiento. Así es que, he titulado este escrito El porqué del emprendimiento.

Un tarde de verano, en los albores de la niñez, una profesora me explicó la importancia de la historia en la vida. Fue un concepto que cambió mi perspectiva minúscula de niña pequeña. Con o sin percatarse esa mujer de duro carácter, ya entrada en años a mi parecer de entonces, me abrió los ojos y me ató un par de alitas a la espalda. Ése día, atónita, perpleja, contemplé cómo mi vida cambiaba en torno a un simple concepto. Estudiamos historia para aprender de nuestros ancestros, de su experiencia y de los errores del pasado, para evitar cometerlos de nuevo.

De ésas experiencias he vivido muchísimas. En casa y en los centros de desarrollo a los que he asistido a lo largo de mi proceso de formación. Muchas veces me han abierto los ojos y las puertas a un mundo nuevo. Cada segundo, cada día, cada etapa de la vida, me enseña nuevas perspectivas, me abre el camino y modifica mi modo de andar. Un día me colé en una clase ajena en la que me explicaron un concepto visionario; la vida es como una esfera, una burbuja, una atmósfera que te rodea, al principio esta atmósfera esférica que te circunda tiene poco radio, pero cada vez que aprendes, que vives una nueva experiencia, esta atmósfera se expande inequívocamente -cada vez que aprendes algo tu universo se expande, tu visión se amplía, y te surge la necesidad de adquirir más y más conocimiento-. Hoy, el profesor Pedro Vera resume este concepto: se aprende para ampliar la capacidad de aprender y se cambia para ampliar la capacidad de cambiar. Pero, la pregunta es, ¿para qué tanto conocimiento? ¿qué es lo que necesito cambiar?

Aunque parezca increíble contrasto esto con lo que creo es la misión y el porqué del ser humano en este mundo; aportar al bien común. Un gran maestro intentó explicarlo hace muchísimos años atrás ?ama a tu prójimo como a ti mismo? decía. Ésa, querido lector, es la clave del bien común, de la perfecta armonía de esta obra maravillosa que es la humanidad y su entorno. Otros maestros de la historia lo han enseñado también y han luchado por la perfecta armonía de los pueblos. El gran visionario Carlos Marx sugirió el socialismo científico, notable filosofía que se construye entorno a una sociedad primeramente solidaria. Voltaire, Russo y Montesquieu lucharon por la democracia en Francia, política planteada en la antigua Grecia que constituye el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. Hoy, muchos siguen luchando. No hay que ser cristiano, ni socialista, ni revolucionario (atributos que sí tengo) para comprender el objetivo de las sociedades y los gobiernos de hoy; lo que nos sustenta es aportar al bien común.

Se busca el bien común. Se busca la democracia como estilo de vida. Se busca el respeto y la solidaridad, respeto y solidaridad que carecemos. Necesitamos perseguirlos hasta encontrarlos. Con el estilo que se ha llevado ya no funcionó. El modelo económico no sirve. Necesitamos uno nuevo. Para descubrirlo, necesitamos cambiar nuestro clásico estilo egoísta de actuar y nuestro asqueroso estilo egocéntrico de pensar. Necesitamos cambiar para comprender que es lo que nos hace falta cambiar. Necesitamos aprender para poder aprender aún más. Necesitamos mirar con otros ojos desde una nueva perspectiva. El mundo, nuestro mundo, está evolucionando. Algún día, más temprano que tarde, dejará de desentenderse de la injusticia, el atropello y el abuso. Necesitará nuevos actores. Estamos viviendo una verdadera revolución y está en nuestras manos ser los protagonistas de ella. Poco a poco se ha ido tomando conciencia de que se debe cambiar. Nos hemos percatado de que no estábamos avanzando y que para avanzar necesitamos un nuevo enfoque.

La sociedad de hoy no es la de antaño. El medio demanda nuevos y mejores profesionales, nuevas y mejores personas. Ya no tienen cabida los profesionales que son sólo especialistas técnicos. Ahora se buscan profesionales con nuevas competencias ?además de aquellas vinculadas directamente a la especialidad disciplinaria y al conocimiento técnico? relacionadas con el desarrollo personal, el entorno y la sociedad. La sociedad que se necesita, la que el mundo está demandando está formada por profesionales integrales. Personas capaces de conocerse, insertarse y realizarse conforme a sus emociones, a sus sueños y a sus aspiraciones en este escenario cambiante. Se buscan personas distintas. Se necesitan personas distintas. El perfil que se busca se ha llamado emprendedor.

Algunos definen emprendedor como una persona, con suficiente autoconocimiento, motivada e informada, para desarrollar sus sueños en forma proactiva e innovadora en los distintos ámbitos del quehacer económico y social, con competencias y habilidades para trabajar en red con otros y producir impactos positivos con su accionar. Un emprendedor constituye una persona y un profesional integral.

Nuestra sociedad, nuestro entorno inmediato necesita emprendedores. Queremos un Chile mejor. Un Chile desarrollado. Una nación más justa y solidaria, donde todos los ciudadanos vivan libres con garantía y respeto pleno de sus derechos. Chile nos necesita. Chile necesita emprendedores. El emprendedor no sólo es una persona de formación integral, visionaria y luchadora, sino un perfil profesional capaz de sacar un país de la injusticia y el subdesarrollo. Nuestra nación necesita profesionales que, con su formación, creen nuevos empleos, gestionen influidos por buenos valores y nos conduzcan al desarrollo, no me refiero al egoísta estilo de vida norteamericano, hablo de un desarrollo sano, con mejores condiciones de vida y respeto por el ambiente. Queremos una sociedad justa, queremos un sistema de salud solidario, queremos confiar en nuestros dirigentes, queremos más y mejores empleos, queremos distribución equitativa del ingreso. Ése, señores, es el Chile que queremos.

Para lograrlo necesitamos motores, personas que se atrevan, y que actúen influidos por la cultura del emprendimiento, con una nueva mentalidad, una nueva visión. ¿Cómo conseguir futuras generaciones distintas si nuestros hijos son hijos de los mismos de siempre? Si, además, los educadores de nuestros hijos son los mismos de siempre, y los dirigentes son los mismos de siempre. Chile clama por visionarios. Chile está pidiendo a gritos nuevos profesionales, nuevos dirigentes y nuevos educadores. Si otros lo han logrado ¿por qué nosotros no? Si otros tienen salud buena e igualitaria, si otros tienen distribución del ingreso más justa, si otros tienen mejores educadores… Hace más de veinte años un hombre clamó por una oportunidad para América Latina, lo hizo de blanco en una ceremonia inolvidable. Lo hizo por amor, para que todas las estirpes condenadas a cien años de soledad tuviesen una segunda oportunidad sobre la tierra.

La nueva pregunta que surge es ¿cómo lo logramos? La respuesta es simple: educando. Necesitamos educar diferente. Necesitamos proporcionarle a la gente las herramientas para pensar diferente, que puedan ampliar su mirada, atarle a todos alitas de plata y que vuelen. Necesitamos gente que crea, que se la juegue y que eduque diferente. Que entienda que lo que requerimos no son meros especialistas, sino personas, visionarias e integrales que nos ayuden a levantar la bandera del desarrollo. Chile necesita formadores.

Nuestro país está cambiando. Si soñamos que mañana llegue a ser diferente tenemos que trabajar. Así conseguiremos que pronto nuestra nación viva verdaderamente la democracia, donde el poder se traslade desde los nichos de riqueza del país a las urnas, a las papeletas de votación. Un cientista manifestaba, hace poco, que el poder de un pueblo radica en su capacidad de protestar, de movilizarse. La opinión de un pueblo, manifestada, generará una revolución que hará cambiar las cosas. Para que un pueblo tenga conciencia de su poder, debe ser educado. El voto a conciencia y la conciencia de que el pueblo tiene la facultad de cambiar las cosas y decidir sobre su futuro es lo que potencia el cambio, el bienestar y el desarrollo de una nación. Formemos a nuestra gente, cambiemos su modo de pensar, ampliemos su perspectiva; eduquemos a nuestra gente.

Nos hacen falta héroes visionarios como los de antaño. Gente con amplitud de mira. Nos hacen falta Pedros que no vean un valle sino una ciudad. Nos hacen falta Manueles que crean en una patria nueva y no le teman a Marcó del Pont. Nos hacen falta Nicanores que creen nuevos estilos de poesía. Nos hacen falta Galileos que afirmen sus teorías y no le teman a la hoguera. Nos hacen falta Simones que crean en una sola nación, fuerte, diversa y unida. Nos hacen falta Ernestos, que luchen por la igualdad y los derechos de los desvalidos. Nos hace falta leer de Jesús, para vivir amando a todo y a todos. Nos hacen falta visionarios como Neruda, que crean en sus sueños y traspasen fronteras.

Necesitamos gente que mire más allá de lo que ve, necesitamos gente que se atreva, necesitamos gente sin miedo al cambio. Necesitamos visionarios. Necesitamos formadores. Necesitamos emprendedores.

Muchas gracias por creer que se puede. Muchas gracias Emprendo.