sábado, 20 de marzo de 2010

La nación del arco iris

[Entonces me quedo pensando en el "apartheid-implícito" de nuestra sociedad; generado por el neoliberalismo y evidenciado por el reciente "tusunami". Y pienso que nos falta un Mandela.]

Sudáfrica, un sobrevuelo

Sudáfrica es el país más rico de África. El país del sur se adjudica un 25% de PIB total de África y cuenta con un gran volumen de capital nacional (público y privado) en estrecha relación con las grandes redes económicas mundiales, y la industria de Sudáfrica es la más poderosa y diversificada de todo el continente negro. Sudáfrica es conocido por su diversidad de culturas, idiomas y creencias religiosas. El inglés es el idioma más común en la vida oficial y comercial sudafricana, a pesar de ser el quinto idioma más hablado del país de forma materna. Sudáfrica es un país variado desde el punto de vista étnico. Aunque el 80% de la población sudafricana es negra, dentro de este grupo se encuentran gran cantidad de comunidades étnicas que hablan diversas lenguas bantúes. Sin embargo, Sudáfrica es también un país en el que existen grandes desigualdades entre los distintos grupos sociales; mientras existen grandes fortunas y las capitales están entre los principales centros de negocio de África, aproximadamente una cuarta parte de la población sudafricana no tiene trabajo (cesante) y vive con menos de $1,25.= diarios.

Algo de historia (brevísimo resumen autorizado)

Los humanos han habitado el sur de África desde hace más de 100.000 años. Al momento de la llegada de los europeos, a mediados del siglo XVII, la población indígena era una mezcla de pueblos emigrados desde otras partes de África, siendo los pueblos dominantes el Xhosa y el Zulú.

En 1652 la Compañía Holandesa de las Indias Orientales estableció un pequeño asentamiento que se convertiría en Ciudad del Cabo. La ciudad se convirtió en colonia británica en 1806. Los asentamientos europeos se expandieron durante la década de 1820, cuando los Bóers (colonos originarios de Holanda, Flandes, Francia y Alemania) y los colonos británicos reivindicaron territorios al norte y al este del país, produciéndose una serie de conflictos entre los Afrikáner (Bóers), los Xhosa y los Zulú por la posesión del terreno.

El descubrimiento de yacimientos de diamantes y minas de oro provocaron el conflicto conocido con el nombre de Segunda Guerra Bóer, que enfrentó a británicos y bóers por el control de los recursos minerales del país. Aunque los bóers resultaron perdedores de la guerra, el Reino Unido concedió en 1910 una independencia limitada a Sudáfrica como colonia británica. En el interior del país, la élite blanca antibritánica llevó entonces a cabo una serie de políticas con la intención de lograr la independencia total. La segregación racial fue tomando fuerza e impregnando la legislación surafricana, instituyéndose el régimen que se conocería posteriormente con el nombre de apartheid, que estableció clases de estratificación racial.

El apartheid, una pincelada

El país alcanzó finalmente la independencia en 1961, cuando fue declarada la República de Sudáfrica. El gobierno continuó legislando según el régimen del apartheid, a pesar de la oposición tanto exterior como interior al país. En 1990, el gobierno sudafricano comenzó una serie de negociaciones que terminaron con las leyes discriminatorias y con la convocatoria de las primeras elecciones democráticas en 1994.

El régimen del apartheid (significa "separación" en Afrikaans) consistía en la división de los diferentes grupos raciales para promover el desarrollo. El movimiento fue instaurado por los colonizadores holandeses de raza blanca durante el siglo XX. Promovía una segregación racial, clasificación que se efectuaba de acuerdo a la apariencia, a la aceptación social o a la ascendencia.

La población estaba clasificada en cuatro grupos; blancos, negros, indios y mestizos (de color). Si bien los mestizos (e indios) eran discriminados, recibían mejor trato que los negros, principales afectados. La teoría del apartheid era que los de color eran ciudadanos de Sudáfrica con limitados derechos, mientras que los negros eran ciudadanos de cualquiera de los diez estados autónomos creados para ellos, no sudafricanos.

Para ilustrar en "algo" el sistema vale la pena notar, por ejemplo, que la ley sudafricana reservaba ciertos distritos en las ciudades donde sólo podían ser propietarios los blancos, forzando a los no blancos a emigrar a otros lugares. Se establecieron zonas segregadas tales como playas, autobuses, hospitales, escuelas e incluso bancos en los parques públicos. Entre otras medidas del régimen se encuentran:

- Los negros no podían ocupar posiciones en el gobierno y no podían votar excepto en algunas aisladas elecciones para instituciones segregadas.
- Los negros no podían habilitar negocios o ejercer prácticas profesionales en las áreas asignadas específicamente para los blancos.
- El transporte público era totalmente segregado.
- Los negros debían portar documentos de identidad en todo momento.
- A los negros no les estaba permitido entrar en zonas asignadas para población blanca, a menos que tuvieran un pase. Los blancos también tenían que portar un pase para entrar en las zonas asignadas a los negros.
- Edificios públicos tales como juzgados u oficinas de correos, disponían de accesos diferentes para blancos y negros.
- Las áreas asignadas a los negros raramente tenían electricidad o agua. Los hospitales también eran segregados: los hospitales para los blancos tenían la calidad de cualquier nación desarrollada, mientras que los asignados a los negros estaban pobremente equipados, faltos de personal y eran muy pocos en relación a la población que servían.
- En 1970 la educación de un niño negro costaba el 10% de la correspondiente a un blanco. La educación superior era prohibitiva para los negros.
- El ingreso mínimo para el pago de impuestos era de 360 rand para los negros y mucho más alto para los blancos, unos 750 rand.

La Sudáfrica actual: mi mirada


[Hace un par de años conocí a dos sudafricanos, radicalmente opuestos entre sí. De nuestras largas conversaciones logré asirme de una mini-visión que he ido engrosando cual avalancha durante el tiempo que ha transcurrido desde entonces. En este par de líneas mi humilde opinión.]

A 20 años de la abolición, las heridas persisten. Los sudafricanos "originales", los que "llegaron primero", los negros, cargan con una historia de dolor y opresión tan amarga, que todos los diamantes del mundo serían incapaces de compensar. Los negros (y mestizos) fueron injustificablemente discriminados desde la mismísima llegada del hombre blanco al continente.

Y es que el blanco despiadado, el discriminador, el segregador, el que considera al hermano negro como un ser inferior, menos persona, existió y existe. Nada sabe de culturas diferentes, de etapas de desarrollo cultural (evolución), de falta de oportunidades, de derechos humanos. No comprende, cree que el negro es un ser inferior, que es literalmente más tonto que el blanco, que es incapaz. Y parece increíble, pero lo cierto es que aún son muchos y existen, hoy, aquí, en el mundo real, ese mundo real que a miles de miles de kilómetros de distancia nos parece inverosímil.

Aunque no todo el blanco sudafricano es, ni fue, un ser abominable. Hay blancos que entienden. Saben que nadie es más que otro, que todos somos iguales en dignidad y derechos, respetan, son personas. La misma abolición del apartheid fue un proceso gradual de más menos cuatro años, en el que muchos blancos se hicieron protagonistas. Y estos blancos existieron siempre, aunque, por desgracia, fueron minoría.

Hoy, el odio racial en Sudáfrica es una herida en proceso de sanación. Aún hay mucho negro resentido (con justa razón) y mucho blanco prepotente. La discriminación es un problema difícil de erradicar.

Pero entre tanto odio hay uno al que es imposible ignorar. Uno que no fue guerra, sino paz, no fue oscuridad, sino esperanza, no fue odio, sino amor.

Madiba
[Extracto de nota publicada el 15 de febrero de 2010 por Carlos Parker, diario El Mostrador.]

El 11 de febrero se conmemoraron 20 años de la liberación de Nelson Mandela. Madiba, el nombre con que le llaman cariñosamente sus compatriotas, permaneció por 27 años prisionero del gobierno racista sudafricano, 18 de los cuales los pasó en una pequeña celda de apenas 2,5 metros por lado, durmiendo en un colchón de paja, mal alimentado y sometido a régimen de trabajos forzados en la prisión de Robben Island.


Convertido en paria internacional, condición que el régimen racista sudafricano compartió con la dictadura militar chilena con la cual, por cierto, mantuvo estrechos vínculos diplomáticos, militares y económicos, y sometido a la presión incesante de las manifestaciones populares, el régimen del apartheid que proclamaba y aplicaba sin piedad ni tapujos la política de supremacía blanca en un país de población mayoritariamente negra, no tuvo más remedio que proceder a la liberación incondicional del líder histórico del Congreso Nacional Africano (ANC) cuando Mandela tenía ya 71 años. Desde aquel momento decisivo se desató un proceso político y social de imprevisibles consecuencias, en medio de una atmósfera contaminada por invocaciones a la violencia racial y de maniobras desesperadas del régimen racista para dividir al adversario pactando con agrupaciones de la mayoría negra contrarias a la hegemonía del ANC.

Hubiese bastado una palabra, o tan sólo un gesto de Mandela para haber arrastrado al país a una cruenta guerra civil, con el odio racial por bandera. Motivos suficientes y comprensibles para que la población negra oprimida pudiera haber optado por la venganza contra sus verdugos los había a destajo.

Y habría sido comprensible también que de la prisión hubiese salido no el hombre a quien se vio sonriente y animado alzando el puño, sino a un individuo lleno de rencor e ira, dispuesto a usar su prestigio nacional e internacional y su decisiva e influencia para cobrar las cuentas acumuladas de las humillaciones sin nombre, las violencias y las injusticias propinadas a su pueblo por una minoría brutal e implacable.

Pero la generosidad de Mandela, su bondad, su enorme estatura moral y su extraordinario genio político, se puso desde el primer momento en evidencia para interponerse como un muro indestructible ante esa marea rabiosa que pugnaba por sumir al país en un baño de sangre. Así fue crucial su potente llamado a los jóvenes de la ANC a tomar sus cuchillos, sus armas y machetes y lanzarlos al mar, cuando en 1994 fue electo presidente de la nueva Sudáfrica.


Había que ser valiente y decidido en esa hora de justicia y victoria para hacer una invocación semejante. Y los acontecimientos políticos comenzaron a tomar desde entonces un curso impensado. El mismo que ha llevado a Sudáfrica a ser un país respetado y apreciado, como una demostración de que se pueden conjugar los intereses más irreconciliables, como lo eran en efecto los de la minoría negra y la mayoría blanca, y exorcizar los recíprocos temores y desconfianzas nacidas de una experiencia histórica brutal y dramática. Anclada en una concepción racista convertida en sistema institucional discriminatorio que la apropia ONU declaró en su día como un crimen contra la humanidad.

La historia de vida de este político gigante en un mundo de enanos este relatada en primera persona en su autobiografía llamada “Largo Camino a la Libertad”, en la que nos conduce desde su infancia en la aldea Xhosa del Cabo Oriental donde nació y creció, hasta su experiencia como abogado y su ingreso al ANC, organización fundada en 1912, pasando por su experiencia carcelaria, su liberación y su elección como presidente en los primeros comicios sudafricanos en que se aplicó el principio de un hombre un voto (primer presidente electo mediante sufragio universal).


Más recientemente, el libro de John Carlin “El factor Humano”, que inspiro la película “Invictus” protagonizada por Morgan Freeman en el papel de Mandela, nos ilustra con entretelones extraordinarios sobre los días en que el destino de Sudáfrica pendía de un hilo, del que Mandela supo tirar con delicadeza para tejer con paciencia, talento y capacidad de seducción, el entramado de un país reconciliado que hoy se mira a sí mismo como la nación del arco iris.

[Entonces me quedo pensando en el "apartheid-implícito" de nuestra sociedad; generado por el neoliberalismo y evidenciado por el reciente "tusunami". Y pienso que nos falta un Mandela.]

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