El 9 de agosto de 2012 fue un día glorioso. Fue el día en que Marcelo Ricardo Figueroa Candia defendió su Tesis de Magíster en la U. de Conce. Era jueves. Nos despertamos tempranito a ensayar. Marcelo ensayó un par de veces la presentación en la cama, hacía frío. Le salía bien. Afinamos un par de detalles y nos alistamos. Partimos temprano y estuvimos allá algo así como una hora antes para chequear todo. El asunto fue en la sala de reuniones. Poco antes de comenzar la profe Andrea (la profesora guía de Marcelo) se asomó a ver que todo estaba ok. A la hora justa comenzó la cosa.
Estaba Leonardo, Patricia y Dante de la familia del Ma. Y de mi casa estaba mi mamita nada más, porque ese día hubo varios problemas con el estacionamiento y mi hermano Álvaro no alcanzó a entrar. Había varios alumnos de postgrado también. Estaba la Comisión, integrada por la profesora Andrea, otra profesora y un profe de la U. de Chile que había viajado a Conce primeramente a la defensa. Había otros profes también del Departamento de Ciencias de la Computación. La profesora Loreto, directora del programa de magíster, presentó a mi ilustre marido y comenzó la presenteichon. Marcelo mostraba un dominio increíble. Se notaba a todas luces que se manejaba infinitamente en el tema y además se notaban los años de experiencia como profe que tiene en el cuerpo. Estuvo espectacular. No hay palabras para describir tal desplante, tal dominio, tal solidez. Está demás comentar la ronda de preguntas, también. El Marce es un manejado, estuvo verdaderamente magnífico. Y llegó pues el momento de salir y dejar a la Comisión deliberar en secreto su veredicto. Uno de los profes le pidió a Marcelo que expusiera su trabajo a los actuales alumnos del máster. Marcelo se mostró dispuesto, con el sólo inconveniente de que ya en ese entonces nos quedaba una semana nada más en Chile (terminó haciendo la presentación el viernes siguiente, a un par de días de zarpar). Sacamos algunas fotitos y entramos a escuchar el fallo. Tres segundos se demoró la Comisión en decidir la nota, dijo la profesora Loreto. Un siete. Obvio, no podía ser diferente, estuvo de verdad increíble.
Almorzamos en casa de Marcelo con Patricia, aunque parece que no pudimos disfrutar un vinito porque andábamos para allá y para acá con lo del viaje. Recuerdo eso sí que antes de irnos a casa pasamos a comprar las cosas para una mini-fiestita esa noche. Celebramos en casa de los Figueroa-Candia en Penco. Estaban Dante y Patricia, Leonardo, mi tía Gloria, Álvaro, Gonzalo, Mackarena, mi mamá Paty y yo. La oncecita estuvo de lujo. Hubo perfumes de regalo (Ck Free, el que usa mi Mar) y abrimos un Miguel Torres del 2003 que estuvo realmente indescriptible. Todos estaban realmente orgullosos. Recuerdo en particular lo orgulloso que estaba Dante, eso nos hizo muy felices.
Cuando nos metimos a la cama esa noche sentimos que había sido un día inmensamente feliz. Estábamos muy contentos. Marcelo repetía una y otra vez que no quería que ese día acabara. De tanta alegría junta no percibía el montón de alegrías y aventuras que se nos vendrían encima. Dios es grande. Nos permite iniciar ciclos y cerrarlos con el placer de la tarea cumplida.
Cerré los ojos y decidí escribir esta historia para no olvidar.